23/4/07

Pausa para el café y receso...

No hay conquista en la Historia que no sea brutal. Torquemada, Isabel y todos los demás eran producto de su época, y pese a las escabechinas, tan necesarios como los otros a la hora de trazar nuestro devenir en el tiempo. Los musulmanes, no nos engañemos, iban ya de capa caída a cuenta de sus propias disputas internas y andaban con sus vecinos del Sur -algo fanáticos, los muy desérticos- tan a la greña como los castellanos o los aragoneses con sus vecinos del Norte. Somos el producto de todas esas mezclas, que fueron las que fueron, igual que los frutos de tus olivos son la suma de todo lo que esos árboles han pasado desde que apenas apuntaban del suelo y de lo que sus raíces llevan aguantado. Les da su sabor, el suyo propio y no otro.

Por lo demás, como muchas veces dice un buen amigo mío: la Historia es la que es, y no otra. Se lo citaré, textualmente, porque no se diga que me apropio de lo que es de otro:

Respecto a acontecimientos del pasado, palabras como "habría", "hubiese", "podría", "hubiera", no se escriben. No son Historia, son..., nada. Las cosas o han sucedido o no han sucedido, así de sencillo, así de simple, así de evidente. El resto queda a la imaginación, los temores, los deseos, los intereses de este, ese o aquel..., pero en cualquier caso todo eso no es sino humo.

Un receso en el hilo de la historia -doy una puntadita con el cabo suelto al borde de la labor para que no se m'escape- y les cuento acerca de otra forma de mirar al pasado desde el presente:

Había una serie de televisión, hace un buen puñado de lustros, que bajo el título de "Si las piedras hablaran" nos contaba sucesos acaecidos en diferentes puntos de nuestra geografía, a lo largo de la historia, tomando como punto de arranque sus monumentos.

Desde luego las piedras hablan, lo que pasa es que no todos conocemos el lenguaje. Pero hay expertos en el tema que se dedican a descifrarlas, y otros, generosos, que se dedican a traducirlas para los "paletos" como servidora. Y les cuentan el cuento generalmente desde los museos que, para nuestra vergüenza, visitamos demasiado poco, pese a ser gratis total total total (con cargo a nuestros impuestos). ¿'brase visto mayor desperdicio que no aprovechar lo que está bien invertido?

Como ya comenté de pasada en el "buenos días" de este domingo, servidora eludió una playa abarrotada en plena operación llegada -de turistas- y se escondió de Lorenzo escurriéndose tras los muros, de blanco mármol de Macael, que conforman el edificio del Nuevo Museo Arqueológico de Almería (nuevo porque se inauguró el 23 de marzo, al estar el edificio anterior machacaíto de aluminosis, plaga muy extendida allá donde la sinvergonzonería inmobiliaria hizo de las suyas, hubo que cerrarlo en 1991 antes de que se le cayera a nadie encima, trasladando los fondos a otros lugares).

Es este un museo chiquito, pero precioso, que alberga ahora y hasta el 26 de agosto la exposición itinerante de Atapuerca. Hice fotos a mansalva, porque no están prohibidas (la utilización de flash, sí) y tomé notas hasta agotar la tinta del rotulador. Bueno, de Atapuerca por el momento, y aunque está muy interesante, vamos a pasar de largo. Les contaré, en cambio, del museo.

Desde el entramado de vigas de madera rojiza que cubre las claraboyas del techo la luz se desparrama, cenital, dejándose resbalar contra los muros blancos. El museo está concebido en vertical, y su corazón es una columna estratigráfica donde se reproducen, del suelo al techo, las diferentes capas geológicas con sus vestigios de civilizaciones amontonados unos sobre otros. La gigantesca mole de 13 metros ocupa tres plantas y, en cada uno de los tres niveles, las salas contienen la información y los hallazgos arqueológicos correspondientes a la época, concreta, reflejada sobre la columna.

Desde la cima a la sima, o viceversa, la columna nos muestra el legado histórico. En uno de sus lados una hilera de pantallas muestra las diferentes etapas evolutivas: el agua, la eclosión de la vida (insectos, vertebrados), las plantas, los cultivos, los asentamientos, todas y cada una de las huellas humanas para terminar rellenando de la primera a la última con las semillas de generaciones, un silo de 13 metros, y rematar con una alegoría en relojes dorados, sobre el paso del tiempo. ¿Nos hemos cultivado?

Otra de las caras de la torre geológica nos muestra una gráfica, donde cada estrato es datado y señalado con los acontecimientos que muestra. Como si leyéramos un libro, la tierra nos guía...

... hasta llegar a nuestras tuberías, nuestro asfaltos y nuestros atascos de tráfico.

¿Se animan a trepar conmigo a través de los siglos?

o, mejor todavía... ¿se animan a bajar? Les invito. Subimos hasta la tercera planta para empezar desde el final, ese Al-Andalus que acabamos de dejar atrás hace medio post, y luego nos lanzamos, tobogán abajo, hacia la época romana y, más, más abajo, Los Millares y El Argar. Vengan a conocer a nuestros tataratataratataragüelos... cuando lleguemos a la planta baja les presentaré a "Miguelón", el homo heidelbergensis hallado en Atapuerca, mirándonos huraño con su flemón asesino luciéndole en la mejilla, y tal vez al antecessor, royendo huesos allá, en tierras de Burgos.

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