23/4/07

El principio del fin... o el fin del principio.

1 Entonces vi que el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir con una voz como de trueno: «¡Ven!»
2 Miré, y vi un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco y le fue dada una corona, y salió venciendo y para vencer.
3 Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: «¡Ven!»
4 Salió otro caballo, de color rojizo. Al que lo montaba le fue dado poder para quitar la paz de la tierra y hacer que se mataran unos a otros. Y se le dio una espada muy grande.
5 Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: «¡Ven!»
Miré, y vi un caballo negro. El que lo montaba tenía una balanza en la mano.
6 Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: «Dos libras de trigo por un denario y seis libras de cebada por un denario, pero no dañes el aceite ni el vino».
7 Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «¡Ven!»
8 Miré, y vi un caballo amarillo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.
9 Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían muerto por causa de la palabra de Dios y del testimonio que tenían.
10 Clamaban a gran voz, diciendo: «¿Hasta cuándo Señor, santo y verdadero, vas a tardar en juzgar y vengar nuestra sangre de los que habitan sobre la tierra?»
11 Entonces se les dio vestiduras blancas y se les dijo que descansaran todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos que también habían de ser muertos como ellos.
12 Miré cuando abrió el sexto sello, y hubo un gran terremoto. El sol se puso negro como tela de luto, la luna entera se volvió toda como sangre
13 y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento.
14 El cielo se replegó como un pergamino que se enrolla, y todo monte y toda isla fueron removidos de sus lugares.
15 Los reyes de la tierra, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, todo esclavo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes,
16 y decían a los montes y a las peñas: «Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero,
17 porque el gran día de su ira ha llegado y ¿quién podrá sostenerse en pie?”


La nochebuena de 1489, cuando la reina Isabel atravesó las puertas de la Alcazaba almeriense lo hicieron con ella los cuatro jinetes de un Apocalipsis local. Y, sello tras sello, las más terribles plagas asolaron la zona a lo largo del siguiente siglo, diezmando a la población entre guerra, exilios, conversiones forzadas, esclavitud, peste, terremotos, sequías y las subsiguientes hambrunas.

Tras la ocupación, un grupo de emires y notables se cristianizaron voluntariamente, cosa nada complicada, pues el mestizaje por aquella época no era infrecuente. Tal fue el caso de los príncipes granadinos, hijos de Muley Hacén y Zoraya (la cristiana Isabel de Solís) Saad y Nasr, quienes, al tiempo que su madre recuperaba su antigua fe, pasaron a ser el Duque Fernando de Granada, comandante del ejército castellano el primero, y Don Juan de Granada el segundo; también se hizo cristiano el comandante militar de Almería y primo del sultán Muley Hacén y del Zagal, Yahya al Nayar, tras entregar la plaza, pasando a llamarse Don Alonso de Granada-Benegas y contrayendo matrimonio con una de las camareras de la reina. Así lo hizo también buena parte de su familia, entre ellos los ministros Abul Hasim Ibn Ridwan Benegas y Yusuf Ibn Camacha, que se convirtió en monje. Pero, pese a todo, no bastaba con aquellos que, por una u otra razón, optaran por una conversión voluntaria.

La iglesia combatió la política de tolerancia. En aquella época tenía una fuerte preeminencia sobre el estado, sobre todo tomando en cuenta que, a la sazón, el papado estaba en poder de un hombre de armas, Alejandro VI, el Papa Borgia, o Borja, valenciano de nacimiento y feroz combatiente contra el Islam y que el confesor de la reina, el dominico fray Tomás de Torquemada, era el Inquisidor General. Así pues, paladines los reyes de una yihad católica, emprendieron la tarea de cristianizar a los habitantes de la región de grado o por la fuerza, sin que fueran obstáculo los pactos o capitulaciones firmados. Tras un periodo inicial de blandura mientras creyeron que la conversión de parte de la nobleza y el exilio del resto, sería suficiente, visto que los resultados eran de escasa envergadura endurecieron su política y fueron aboliendo, uno tras otro, todos los apartados del Compromiso de entrega del Reyno de Granada.

Una tras otra transformaron en iglesias las mezquitas, primero la mezquita Tayyibin, y luego la de la Alhambra, y después con la Mezquita Aljama de Granada convertida en Catedral. El mismo camino seguirían las mezquitas almerienses.

En Granada entró Francisco Jiménez de Cisneros en julio de 1499. Primero mandó llamar a los jurisconsultos, les invitó a dejar el islam y abrazar la verdadera fe a fin de que sirvieran de ejemplo al resto. Zanahoria para los obedientes y palo para los rebeldes. Parte de los residentes en el Albaycín aceptaron. Seguidamente, Cisneros colocó en el punto de mira a quienes algunos llamaban “elches”, musulmanes de origen cristiano, amenazándoles con darles el trato de renegados a todos cuantos hubieran abandonado el cristianismo y a sus hijos, nietos y demás linaje. Estos alegaron que eran musulmanes, sin distinción entre ellos o el resto de sus correligionarios. Comenzó entonces la persecución a familias musulmanas de origen cristiano, encarcelando hombres, mujeres y niños que se negaran a cristianizarse. Y fue el allanamiento de la morada de una de las musulmanas del Albaycín, hija de cristiano converso a musulmán, el 18 de diciembre de 1499, la mecha que prendió la revolución. Se concentraron sus vecinos para protegerla, mataron al policía, liberaron a la mujer y pusieron en fuga a los clérigos enviados por el cardenal de Toledo. Tras ellos, partieron los musulmanes llamando a la revuelta, ocuparon las torres, levantaron barricadas y atacaron el palacio de Cisneros quien, alertado a tiempo, había huido antes a la Alhambra.

Enviaron los reyes un ejército para sofocar el levantamiento y su jefe prefirió negociar con los revolucionarios, armado de promesas. Los reyes amonestaron al cardenal por su torpeza, y pasaron la negociación a manos del cardenal de Granada, don Hernando de Talavera. Trató este a los revolucionarios con consideración, ofreciéndoles su familia en rehenes, como garantía de su buena fe. Prometió aceptar sus exigencias y no perseguirles. Tranquilizados que fueron los rebeldes, se entregaron diez días después de haber comenzado las revueltas y encontraron que... todos y cada uno de los acuerdos tomados fueron violados, sin excepción.

Huyeron cerca de 1500 hombres y se hicieron fuertes en la Alpujarra, en el castillo de Gualchos, donde Ibrahim ibn Omeya fue elegido como jefe y anunció, de nuevo, la revolución, el día de Año Nuevo del 1500. A las razzias sobre la vega de Granada se incorporaron muchos muyyahidin. Sus Católicas Majestades enviaron otra vez sus ejércitos, esta vez al mando del comandante Tendilla. Cercó el ejército el pueblo de los Gualchos y mató a cuantos en él halló, mujeres, niños y ancianos. Por fin, los rebeldes se entregaron, siendo todos sometidos a esclavitud.

Movilizaron las fuerzas cristianas 5.000 hombres, en dirección a Adra (la almeriense Abdera), Castell de Ferro y Albuñol, plazas costeras en poder de los musulmanes, sin éxito. Desde el río Andarax, al este, hasta Lanjarón, en el oeste, los rebeldes ocupaban la mayoría de las ciudades y pueblos alpujarreños. Por fin, el propio rey Fernando, se puso al frente de un ejército enorme: 80.000 infantes y 15.000 jinetes, recorrieron la zona desde el valle de Lecrín para ir ocupando, uno tras otro, los pequeños enclaves de las Alpujarras y alcanzar, finalmente, el pueblo de Andarax que, desafiante, hizo una defensa heroica antes de entregarse. La rebelión en la sierra fue sofocada en febrero de 1500, apenas mes y medio después de comenzar. Los reyes se comprometieron a respetar parte de las condiciones de las capitulaciones de entrega de Granada pero, de los escarmentados...

Los obispos emplearon para cristianizar Almería los mismos malos modos que con la gente de Granada. No fue de extrañar, por tanto, que en la sierra de los Filabres se repitiera lo ocurrido el la Alpujarra. En noviembre de 1500 los musulmanes expulsaron a los monjes con escasa delicadeza –tan propia de la época- y ocuparon las fortificaciones de las montañas, concentrándose en Velefique. La población, donde en el siglo VIII habían hallado refugio los bereberes de la reina La Kahima, convivió en paz durante muchos siglos sin problemas de míos o de tuyos e, incluso muchos habían marchado con Alfonso el Batallador, a repoblar el Valle del Ebro, allá por 1125. Pero ahora las tornas les andaban cambiadas. El rey envió, nuevamente, su ejército, y pese a que los musulmanes combatieron hasta el límite de sus fuerzas, tuvieron que rendirse. Todos los varones fueron ahorcados. Las mujeres y los niños convertidos en esclavos. Las riquezas confiscadas. Velefique quedó vacío (en nuestros días tiene un censo de poco más de doscientos habitantes). La población entera de la sierra de los Filabres y la cuenca del Almanzora fue bautizada por la fuerza. Se alzaron en armas los tres pueblos del Almanzora, y por la fuerza fueron sometidos. Se sublevó Adra y fue asediada hasta que, tras una larga lucha, el ejército cristiano entró en ella y esclavizó a todos sus habitantes. Tras ellos le tocó el turno a Ronda, cuya serranía se alzó en enero del 1501 y aguantó hasta abril del mismo año. Allí, en Villalonga, narra la crónica que un muyyahid de nombre Al Fihrí, a las órdenes de Salem Al Azraq, mató a don Alfonso de Aguilar, jefe de las tropas católicas. Los reyes enviaron un ejército aun más grande, y negociaron con los revolucionarios un acuerdo, firmado el 14 de abril de 1501, por el que los jefes musulmanes partirían a Marruecos, y los que quedasen serían bautizados.

A finales de julio la reina Isabel se presentó en Granada para comprobar la marcha de las conversiones. Con todas las ciudades y pueblos de Granada se firmaron edictos en los que se imponía a sus gentes la cristianización, a cambio de recibir el mismo trato que los cristianos viejos. Y así fue como se bautizó a toda la población de Tabernas en un solo día (18 de septiembre de 1500), y a la de Baza el 30 del mismo mes. Se prohibía a los nuevos cristianos el sacrificio de reses por el método islámico; vestir prendas islámicas, tanto a los hombres como a las mujeres; venían obligados a cambiar sus nombres musulmanes, sus usos y sus costumbres. Se les permitió, provisionalmente y a modo de concesión, seguir usando el baño (hammam) y ducharse, cosas ambas consideradas indecentes y pecaminosas por los cristianos, de todos es sabido, a tipo de comadreo, que la reina Isabel se negó a cambiarse de ropa a lo largo de toda la campaña... cosa de debía de resultar atroz pero que, pese a las grandes posibilidades que les proporcionaba a viruses, bacterias y demas fauna y flora infectocontagiosa, no devino en una enfermedad fulminante que acabara con ella). A continuación, por decreto, todas las mezquitas se transformaron en iglesias y se confiscaron todas las habiz (fundaciones piadosas islámicas). El 10 de octubre de 1501 se firmó un edicto, aberrante y bárbaro, para la quema de todos los libros islámicos y árabes, de modo que, en la granadina plaza de Bibrambla, la mayor de todas las de la ciudad, se quemaron millares de libros, sin que la cosa se detuviera ahí, pues no sería sino la primera de las piras donde un millón de libros, siglos de arte, filosofía, medicina e ingenio, propias o heredadas de otras culturas, se convertirían en blanquecinas volutas al viento. Fue un crimen, indiscutible, de lesa civilización.

Se prohibió la lengua árabe. Se publicó un decreto, en septiembre, prohibiendo a los nuevos cristianos forzosos la tenencia y porte de armas. Los transgresores se exponían a apresamiento y confiscación la primera vez, a una ejecución la segunda.

Pidieron los andalusíes ayuda al mundo islámico, pero no había nadie que escuchara su voz. El sultán de Marruecos, Abu Abdillah Muhammad Ibn Yayha Al Watasi; el de Egipto, Al Ashraf al Gauri, fueron los primeros requeridos. El sultán egipcio envió un embajador a los reyes Católicos, amenazándoles con imponer el islam a los cristianos bajo su gobierno si no concedían a los musulmanes bajo gobierno cristiano garantías de permanecer en el Islam. Los reyes respondieron, mediante su embajador, convenciéndole de que los musulmanes andalusíes estaban perfectamente y sus derechos eran respetados. Al Asraf determinó confiar en los reyes y el asunto acabó con los andalusíes librados a su suerte.

Recurrieron entonces al sultán otomano Bayazid, pero este tenía sus propios problemas internos, y se limitó a escribir a los reyes, a título de reconvención teñida de amenaza. Por segunda vez, los andalusíes recurrieron al sultan, y su llamada fue una carta, compuesta de 103 versos, de autor anónimo, que describe la situación:

Paz a vosotros de los esclavos que se han quedado
En Al-Andalus de Occidente en tierra de nostalgia
Rodeados por un mar de cristianos desbordante
Y un mar profundo de oscuridad y abismo
Paz a vosotros de los esclavos que les ha afligido
Una inmensa desgracia, ¡qué desgracia!


[...]

Hemos sido engañados, cristianizados y nuestro Din ha sido sustituido
Hemos sido ofendidos y tratados vergonzosamente
Éramos seguidores del Din del Profeta Muhammad
Combatíamos sinceramente a los agentes de la cruz


[...]

Cuando entramos bajo el pacto de su proteccionismo
Apareció su deslealtad violando la resolución
Traicionaron tratados por los que fuimos seducidos
Hemos sido cristianizados a la fuerza con ferocidad
Han sido quemados los ejemplares del Corán que teníamos
Y los han revuelto con basura o con impurezas
Y cada libro en los asuntos de nuestro Din
Al fuego lo han arrojado con burla y desprecio


[...]

Nos ordenaron insultar a nuestro Profeta
Y no recordarlo en la prosperidad ni en la adversidad
Oyeron que unos cantaban con su nombre
Y de ellos les alcanzó el doloroso daño


[...]

Fueron cambiados nuestros nombres y sustituidos
Sin nuestro consentimiento ni deseo
¡Ay! Del canje del Din de Muhammad
por la religión de los perros cristianos, mal de la tierra


[...]

Hemos sido convertidos en esclavos, no prisioneros para rescatar
Ni musulmanes que se pronuncien con la ‘shaháda’
Y si percibieras con tus ojos a dónde ha llegado nuestro estado
Se colmarían copiosamente de lágrimas
¡Ay! De la crueldad y la maldad que ha caído sobre nosotros
de daño, desgracia y aspecto humillante



Así fue como los musulmanes andalusíes anunciaron, oficialmente, la extinción del Islam en tierras ibéricas y fueron llamados, a partir de entonces, “nuevos cristianos” o “moriscos”, o, como se llamaban a sí mismos “gurabá” (extraños), aludiendo a las palabras del profeta:

“Comenzó el Islam siendo extraño y volverá a serlo como empezó, ¡bienhallados pues, los extraños”


Y entonces, de la mano del confesor de la reina, el dominico Fray Tomás de Torquemada, Inquisidor General, llegó a tierras andaluzas la Cruz Verde, dispuesta a llevar al potro y a la hoguera a cuantos infieles, herejes o discrepantes encontrase en su camino.

No iban a ser estos, sin embargo, los únicos horrores que asolaran la provincia. El siglo comenzó con la tierra temblando. Los seísmos se sucedían uno tras otro. El verano de 1518 tiembla el valle del Almanzora, Huércal Overa y Cuevas. Las sacudidas alcanzan su punto culminante el 9 de noviembre de 1518, donde su violencia arrasa Vera, en la colina del Espíritu Santo, y se ven obligados a reedificarla en su actual emplazamiento. Cuatro años después, el 22 de septiembre de 1522 y en mitad de la desolación causada por una terrible epidemia de peste, un terremoto asola la ciudad de Almería, destruyendo buena parte de la ciudad, de la Alcazaba y la Almedina, y provocando innumerables víctimas. Sus efectos se notan en toda la Alpujarra y el valle del Andarax.

La ciudad ha caído, esta vez, bajo un ejército contra el que no tiene armas, y sus habitantes van siendo diezmados, cada vez más brutalmente.

Durante poco más o menos sesenta años los moriscos se las apañaron para mantenerse vivos y en activo, compartiendo penurias con los nuevos colonos que la Corona trajo para repoblar esta tierras. No porque estuvieran vacías, sino porque pretendían, como es lógico, rellenarlas con sus partidarios y largar a sus adversarios.

Se calcula que, allá por 1560 quedaban en la región unos 50.000 moriscos, a partir un piñón con los 5.000 nuevos colonos, cristianos viejos, asentados principalmente en Vera y Mojácar, amén de unos cuantos desperdigados por Almería, Fiñana, Níjar, Purchena y Vélez Blanco; o sea, que la mayor parte de la región seguía estando poblada por musulmanes a medio cristianar, que conservaban los pequeños minifundios rurales, familiares, con sus complejas técnicas hidráulicas adaptadas a las duras condiciones de la zona, y obteniendo de una pequeña explotación hortofrutícola buenos rendimientos, mientras al norte de la provincia y en el Almanzora los cristianos obtenían las tierras de los alfoces y comenzaban a expoliar los bosques (bosques que en ese siglo casi llegarían a desaparecer) para roturarlos y convertirlos en cultivos de secano: viñedo y cebada, principalmente.

Sin grandes terratenientes a excepción de la iglesia, que a base de los repartimentos, las donaciones, los legados, las memorias o las fundaciones de sus fieles se ha adueñado de tierras a lo largo y ancho de toda la geografía local. Las técnicas de cultivo de los repobladores castellanos, de secano, marcarán un cambio brutal en la estructura agraria, y las producciones de cebada y aceite llegarán a ser excedentarias, pero no rentables, puesto que el comercio se ha visto seriamente afectado por dos factores: la ruptura de las relaciones con África y Oriente, y las pésimas condiciones interiores, agravadas por el daño que al comercio marítimo hacen el corso turco y bereber.

Los moriscos, por su parte, se las ingenian para completar sus ingresos a base de una ganadería basada principalmente en ovejas y cabras, además de una tradición apicultora importante. En los núcleos urbanos se dedican al artesanado de la seda, y a oficios como los de alpargateros y arrieros. Aparte de eso poco más queda, aparte de la explotación de sal en Cabo de Gata y Dalías y de una pesca difícil, por el peligro que representan los piratas, de la extracción de plomo en las minas de la sierra de Gádor y la de los alumbres en Rodalquilar –siempre amenazada por la fuerte competencia del monopolio que mantenían, en Mazarrón, los marqueses de Villena-.

Así las cosas, la sociedad está formada por una gran masa de campesinos moriscos, la mayoría pobres, pequeños propietarios o jornaleros, arrendatarios de tierras propiedad de cristianos viejos y, de otra parte, la oligarquía de los cristianos viejos en las ciudades o pueblos principales, controlando la administración, las tierras de mejor calidad y los beneficios de los censos. Las diferencias sociales ente la mayor parte (un 90 % pobre y sometido) y el 10% restante, están marcadas por las diferencias étnicas y religiosas. Los antiguos aristócratas nazaríes, convertidos al cristianismo, asimilan pronto su status al de los oligarcas cristianos, manteniendo una situación privilegiada en la sociedad almeriense del XVI.

Pero, en la Navidad de 1568, casi ochenta años después de la entrada de Isabel y cuando esta y su marido están ya criando malvas tiempo ha, una acumulación de causas deriva en un nuevo alzamiento de los moriscos que terminará con su expulsión:

Para empezar, el decenio anterior ha estado salpicado de años con pésimas cosechas. Sobrevivir se convierte en un esfuerzo ímprobo y los musulmanes lo tienen más complicado, sobre todo porque sobre ellos cae el grueso de la bota de los conquistadores. El pirateo desde Berbería, que cuenta con la ayuda de los moriscos nazaríes, desestabiliza y dificulta las relaciones. Los corsarios aumentan sus saqueos a partir de 1560, auxiliados por sus hermanos de sangre a esta orilla del Mediterráneo. En 1566, un desembarco de piratas en las costas de Cabo de Gata siembra el pánico entre la población durante tres días, poniendo cabeza abajo hasta vaciarlas Tabernas y Lucainena y llevándose cautivos a los cristianos viejos de la primera. Los moriscos de la segunda aprovechan para cruzar al otro lado del mar en los navíos berberiscos. En las sierras, los monfíes –bandoleros del interior y últimos representantes de la resistencia- hostigan a la población cristiana.

Los mudéjares no terminan de asimilar la "verdadera fe". Siguen con sus costumbre de vestido, comida y lengua, sin que la liturgia cristiana haga mella en ellos. Así, un sínodo provincial en Granada, en 1565, acuerda endurecer su política. El 1 de enero de 1567 se promulga una pragmática prohibiendo todas las tradiciones moriscas.

El Tribunal Inquisitorial del Reino de Granada se establece en diciembre de 1526 pero, gracias al pago de cuantiosos donativos, los moriscos consiguen que el tribunal permanezca inactivo durante cerca de 40 años, a excepción de Huércal-Overa, que pertenecía por aquel entonces al Tribunal del Reino de Murcia.

Pero a partir de 1550 la presión de los inquisidores se intensifica, y en la década 1560-1570 se inicia una frenética acción represiva contra los moriscos, caracterizada por la conciliación, esto es: el perdón del tribunal a cambio de la incautación de bienes. Destacan por su dureza los autos de fe de 1560 y 1567 en el valle del Andarax, en el marquesado de los Vélez y, en 1561 en la propia Almería.

La cosa termina de explotar a cuenta de la presión económica. Primero, porque se introduce en el reino de Granada seda procedente de Murcia, a precios más bajos, aprovechando que el gravamen almeriense sobre el producto es inferior. La sericultura es la principal fuente de riqueza de los moriscos alpujarreños y la disminución de sus rentas por la competencia murciana pone su subsistencia muy en precario. Por añadidura, el sistema impositivo se modifica, gravando con mayor dureza a moriscos que a cristianos. Caen sobre ellos impuestos extraordinarios, no aplicables a los cristianos viejos, y son los únicos obligados a pagar la llamada “farda de la mar”, impuesto destinado a pagar la defensa y construir edificios. Finalmente, entre 1559 y 1568 les cae a plomo la inspección del Oídor de la Chancillería de Valladolid, que hace un estudio pormenorizado de la situación de la propiedad territorial de los moriscos de todo el reino, obligándoles a presentar los títulos de propiedad nazaríes. Muchos no están en condiciones de poder hacerlo, por lo que se les sanciona con multas y se les confiscan las propiedades. Por este procedimiento pasan a manos cristianas muchas fincas y tierras de labor.

Todas estas circunstancias conducen al enfrentamiento y la ruptura entre ambas comunidades. Los cristianos inician los preparativos para echar a los moriscos pero, mientras lo hacen, en la Nochebuena de 1568, Hernando de Córdoba y Valor es elegido rey por los moriscos, con el nombre musulmán de Aben Humeya, liderando el alzamiento. Es la guerra. Una guerra cruel, que ahora cuenta con demasiadas venganzas acumuladas por cobrarse.

Los cristianos forman grandes ejércitos. El rey, Felipe II, pone al frente primero al marqués de Mondéjar, después al de los Vélez y, más tarde, en abril de 1569, a su propio hermanastro, Don Juan de Austria. Desde las ciudades con preeminencia cristiana se organizan “cabalgadas”, no tanto con objetivo militar, como para obtener botines económicos y esclavos. Los moros, por su parte, responden con una guerra de guerrillas que apoyan en su mejor conocimiento del territorio. A finales de 1568 los moriscos de la Alpujarra almeriense se han levantado ya, desde Felix, pasando por el río de Almería, desde Laujar hasta Benahadux y Pechina (Bayanna). En el valle del Almanzora, al este, la rebelión empieza el verano de 1569, salvo en el marquesado de los Vélez, donde permanecen fieles al poder cristiano pues las guarniciones militares los tienen lo suficientemente atemorizados.

Como el enfrentamiento religioso está en la base de todo los moriscos a los pocos días de la rebelión se ceban en eclesiásticos y cristianos viejos. Los asesinan cruelmente, después de severas vejaciones, son los “mártires de la rebelión” o también “de la Alpujarra". Las iglesias son incendiadas y saqueadas, pocas son las que se libran en la zona de las iras moriscas. Años después, en 1581, todavía siguen caídas y quemadas las de Ambroz (Dalías), Berja, Darrícal, Fondón, Alicún, Alhama, Alhabia, Alsodux, Bentarique, Cóbdar, Terque, Instinción y Bayárcal.

Los cristianos, por su parte, muestran similar salvajismo. No tienen apenas mezquitas que incendiar, pues la mayor parte ha sido sido transformada en iglesias, así pues, se dedican a masacrar y exterminar poblaciones enteras. Don Luis Fajardo, segundo marqués de los Vélez reduce, en enero de 1569, a la nada, las poblaciones de Enix y Felix, y más tarde repite la jugada en Ohanes y en Inox.

Pese a las frecuentes cabalgadas, los moriscos siguen resistiendo tenazmente a las tropas cristianas, conquistando Serón en julio y quedándose Aben Humeya a las puertas de Vera en septiembre.

Pero, al final, durante 1570 la situación se inclina definitivamente a favor de los cristianos. A principios de 1570 las tropas de Juan de Austria asedian Galera, para marzo seguirán Serón, Tíjola y Purchena; en primavera, pocos son los lugares que escapan al dominio cristiano. En abril, Felipe II autoriza a don Juan de Austria –por entonces en Santa Fe de Mondújar- a promulgar un bando perdonando a los moriscos que depongan las armas en veinte días y dictar otro prohibiendo las cabalgadas. Los cristianos, como es su costumbre se pasan ambos bandos por el forro y utilizan los pergaminos para limpiarse... los pies. Por fin, se inician las conversaciones de paz entre los emisarios del rey y los cabecillas rebeldes, dirigidos por Hernando el Habaquí, el mes de mayo de 1570, en Fondón. Para entonces, el rey Felipe II ya ha decretado la expulsión de los moriscos del reino, aunque el decreto no se hará efectivo hasta noviembre de ese año.

Entre junio y octubre, pues, los moriscos que han sobrevivido a la guerra son concentrados en un edificio para ser conducidos a los centros de reagrupamiento de Guadix, Vera y Almería, auténticos campos de concentración. En noviembre se pone en marcha la deportación masiva. Los moriscos son conducidos hacia Albacete, Chinchilla, Alcaraz, Córdoba, Jaén, Quintanar de la Orden, Sevilla, Toledo, Uclés, Huete, Extremadura y Murcia. Unos pocos consiguen escapar al norte de África, antes de verse sometidos al éxodo impuesto.

Pero la guerra aun está por acabar. Algunos resisten en la Alpujarra y los Filabres. En Olula de Castro se lleva a cabo una expedición en abril de 1671 para reducir a aquellos que se niegan a abandonar las tierras que les vieron nacer. Eso incrementa el número de los esclavizados.

En total, la cifra de moriscos deportados de Almería se sitúa en torno a los 50.000. Muchos no llegarán a sus lugares de destino, víctimas de las enfermedades, el hambre y las penosas condiciones del viaje. Las expulsiones se suceden en los años siguientes, los moriscos que quedan, esclavos ahora de los señores de la guerra y de cuantos cristianos han hecho de las cabalgadas una forma de enriquecerse, sufren secuelas más dramáticas todavía que los deportados, sobre todo los niños y las mujeres. Vera, Almería y Vélez Blanco se convierten en núcleos de un activo negocio de mercadeo en seres humanos.

Un pequeño grupo, pese a todo, consigue escapar a los decretos de expulsión. Son los expertos, conocedores de las tierras, de las propiedades y los sistemas hidráulicos, también algunos artesanos, especializados en trabajar la seda. Quedan también las partidas de bandidos –como la de El Caicín y la del Joraique- en las sierras, y los colaboracionistas, en su mayoría familias de notables, como los Tudela Albayar, en Cuevas, los Bazán, en Abla y Fiñana, o los Belvís, Aviz-Venegas y Marín, en Almería.

Finalizada la rebelión el Tribunal de la Santa Inquisición frena su actividad y se limita a procesos menores contra los repobladores (blasfemia, bigamia, fornicación...). Durante el XVII las denuncias se centrarán en casos de judíos y protestantes, amén de algún otro caso perdido de brujería. El obispado de Almería, falto de comisarios y familiares del Santo Oficio, es más bien tirando a relajadito en la tarea. que alguna ventaja tiene que significar estar en el culo del mundo y en mitad de una hambruna de diez pares de a caballo. Por fin, y ya en el XVIII la actividad inquisitorial llegará a ser prácticamente nula, convirtiéndose las familiaturas del Santo Oficio en un simple símbolo de prestigio social.

Con una población reducida en casi un 80%, la sangría humana resulta catastrófica para la zona, especialmente grave en Almería, donde hubo las mayores repercusiones de todo el reino de Granada, debido a la alta densidad de la población morisca. El balance final no pudo ser peor: todo el sistema productivo destruido, las rentas particulares e institucionales en quiebra, los campos sin hombres, Pueblos cuyo nombre no quedará ya sino en la toponimia histórica, como Alhabia de Filabres, Inox, Tarbal, Benimiña, Hormical o Benzuete. No queda más alternativa que buscar gente con la que repoblar, pero el tiempo que transcurre entre las expulsiones y la repoblación se prolongará hasta finales del XVI, casi treinta años.

Para regular la repoblación se pone en marcha una cuidada legislación. Primero crean el Consejo de Población, destinado a velar por el desarrollo de la misma. Su primera tarea es encargar para cada pueblo la realización de un Apeo donde se delimiten los bienes rústicos y urbanos confiscados a los moriscos, así como el deslinde y amojonamiento de los distintos términos. Para consignarlo se preparan dos libros, que hoy se conocen como “Libros de Apeo y Repartimiento”, donde se indicarán las tierras y propiedades repartidas a los nuevos pobladores, gentes reclutadas y dispuestas a emigrar de sus puntos de residencia a cambio de “suertes”, esto es: una casa en propiedad y tierras de cultivo. Se les ofrecen franquicias y privilegios, por ejemplo, el pago de un censo reducido y cuatro años sin cargas fiscales sobre lo que rindan tierras y árboles. A los concejos se les otorga la explotación de molinos, almazaras, hornos y pósitos, y se conceden también “ventajas” a los pobladores con mayores medios productivos, pero estas muy pronto las acapararán los oligarcas de siempre: burócratas, militares y clero.

En esta repoblación están los orígenes mejor documentados de los actuales almerienses. Su lugar de procedencia, definido principalmente por dos condiciones: una, la proximidad geográfica entre zona de origen y espacio a repoblar, otra, en los señoríos, el papel de los propios señores, que trasladan a sus nuevas tierras paisanos de sus otras posesiones en el interior peninsular.

La mayor parte (en cantidad) de los recién llegados provienen de Murcia, Castilla-La Mancha, Andalucía Occidental y el Reino de Valencia. Le sigue en orden Castilla la Vieja y Extremadura. Así, la taha de Marchena (Alhama, Alhabia, Alicún, Alsodux, Bentarique, Huécija, Illar, Instinción, Rágol y Terque) se llena con alicantinos y murcianos, alcarreños y manchegos. La Alpujarra Alta sobre todo con andaluces occidentales, jienenses y castellano-manchegos. En los Vélez, por proximidad, se afincan los murcianos y los valencianos. Por último, en los Filabres y el Valle del Almanzora, se asientan murcianos y castellano-manchegos.

Todo esto, sin embargo, no servirá de nada y acabará en un fracaso de proporciones épicas. Almería queda sumida en una crisis demográfica, cuya consecuencia más directa será el incremento de las desigualdades económicas y sociales. La oligarquía se enseñorea de pueblos y ciudades y, además, se acentúa el carácter fronterizo pues, a causa de los asaltos de los piratas y a ser frontera con tierras islámicas, las comunidades almerienses tienen cada vez mayor presencia militar. La pobreza es generalizada y los campesinos malviven, permanentemente endeudados.

Tras la repoblación, los nuevos habitantes apenas representan un tercio de la población existente antes de la rebelión morisca. Las cifras cantan: En tres años (1568-1571) Almería pierde entre el 65 y el 70% de su población. Pero lo peor no fue la cantidad, sino la calidad.

En su mayoría, el repoblador tiene unas características muy definidas: es extremadamente pobre, no tiene medios de producción y no tiene ni idea ni aptitudes para los trabajos que debe llevar a cabo. Debe adaptarse a un nuevo medio, nuevos sistemas de cultivo, de aprovechamiento del agua, otra forma de explotación de la tierra. Tiene, en suma, que aprender a manejarse con cosas que desconoce, y eso no puede hacerlo de un día para otro. Por si adaptarse a una nueva tierra fuese poco, se encuentran ante una burocracia corrupta y pequeños grupos de poder, que se enriquecen a costa de hundir a los colonos en la miseria. Burócratas, oligarcas y especuladores son indistinguibles unos de otros.Muchos colonos con pocas propiedades, endeudados y oprimidos, regresarán a sus lugares de origen a los pocos meses de haber recibido las “suertes” en unas condiciones de pobreza muy superior a las que les habían empujado a emigrar.

Las mejores tierras pronto se las llevan mercaderes, eclesiásticos y militares. Ocurre así en Berja, Albox o la taha de Lúchar en el valle del Andarax. Más, si cabe, en los centros administrativos como las poblaciones cabezas de partido o ciudades. Esta fue la causa, por ejemplo, de la decadencia de Tabernas. Se presenta, además, una buena cantidad de pleitos y reprivatizaciones porque las suertes y repartimentos de haciendas que se hicieron al principio afectan a fincas que no eran propiedad de moriscos, sino que estos las tenían arrendadas.

A los ladrones y sanguijuelas de dentro, hay que sumar la inseguridad provocada por los bandoleros monfíes de las sierras, que causan el pánico asesinando vecinos y la provocada por los continuos ataques de los corsarios desde el mar, apoyados en la información que les proporcionan los moriscos emigrados al norte de África. Los piratas convierten la repoblación de las zonas costeras en un absoluto fracaso. Por ejemplo, el 28 de noviembre de 1573 un ataque a Cuevas de Almanzora termina con una veintena de muertos, doscientos treinta y siete cautivos que van a dar con sus huesos en Tetuán y el saqueo de todos los bienes de una población que acaba de ser repoblada. Indudablemente, los vecinos toman buena nota y ponen pies en polvorosa, abandonando la región. En septiembre del mismo año, El Joraique, antiguo bandolero de la sierra reconvertido en pirata, desembarca en una cala, cerca de Carboneras, y se lleva cautivos a una decena de colonos recién llegados. Más de lo mismo.

Y, aún más, la climatología les presenta su cara más adversa: Almería, con su clima mediterráneo subdesértico, sufre entonces periodos de sequías prolongadas seguidos de lluvias torrenciales, padecimiento endémico de este territorio. La sequía inicia una reacción en cadena: sequía – malas cosechas – carestía de vida – pobreza – hambre. Las ínfimas cosechas devienen en hambrunas. Las avenidas e inundaciones del Andarax, el Almanzora y sus numerosas ramblas, asolan superficies de cultivo y casas, amén de llevarse por delante vidas humanas y ganado. Como cualquier otra comunidad condicionada a catástrofes meteorológicas, la almeriense se ve obligada a adaptarse técnica y socialmente. El enfrentamiento social y político a cuenta de los recursos hídricos es continuo y la población, mísera y aferrada como único consuelo a su religión, intenta desesperadamente conjurar las desgracias que le llueven del cielo a base de procesiones y rezos a los santos locales que, por otra parte, no parecen compadecerse demasiado de su feligresía. En 1582 la situación se hace intolerable, pues el grano no alcanza para alimentar a la población y la ciudad de Almería se ve obligada a importar trigo de Orán. La situación se repite en 1584. Los precios del trigo suben desmesuradamente debido a que las cosechas son casi inexistentes En 1598 la crisis de subsistencia llega a su punto máximo. Los pueblos del río de Almería son pobres y no tienen ni pan que llevarse a la boca.

Entran, así, en el siglo XVII, diezmados y medio muertos, hundidos hasta las trancas mientras la poca riqueza que arrancan a la tierra es esquilmada por los poderosos. Mientras España entra en su literario Siglo de Oro, este rincón del mundo está, claramente, en el fondo del pozo. Pero, llegados al fondo... la siguiente parada es hacia arriba.



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