24/4/07

La Feria II

Eran poco más de las siete cuando salí de casa. Ni bolso, ni mochila, ni bandolera, ni ná de ná. Para algunas cosas lo mejor es ir ligerito, pendiente de lo que tienes que estar pendiente. Así que, la FUJI, una carga de pilas, las llaves, el móvil y un billete de 5€, pa por si acaso.

En cuando giré por Pablo Iglesias el ventarrón vino a darme en los morros con tal fuerza que me di media vuelta, en busca de la gorra y una chaqueta, no fuera a ser que la incomodidad del frío me hiciera batirme en retirada antes de lo esperado.

Y esta vez sí, con la chaqueta al cinto y la gorra calada, troté calle abajo contra el viento que trepaba sorteando los árboles.

- Mal vamos... se nos va a fastidiar la Cabalgata.

Allá, al pie de la cuesta, donde Pablo Iglesias confluye con Puerta Purchena, parte de las carrozas ultimaban los preparativos, y sus ocupantes, a medio enjaezar, se mezclaban con el paisanaje.




En Puerta Purchena, donde la gente se iba arracimando, sucedía sobre poco más o menos lo mismo. Todos andaban a la espera de que, a las ocho, Juan Andújar, ex-árbitro de fútbol y pregonero de este año, tocara el dichoso silbato para empezar la fiesta.





Por fin, terminado el pregón, ocurrieron dos cosas a un tiempo: el viento se calmó, como si hubiera obedecido al toque de silbato, y las carrozas fueron apareciendo, una tras otra. La primera con Leopold Mozart y su criaturita, sentado ante el clave, abría la marcha e iba presentando el resto. La segunda, alegoría de la época juvenil de un enamorado Mozart, con acompañamiento musical y travesuras variadas. La tercera, un Mozart adulto, ya famoso, pero al que le crecían hijos y problemas. La cuarta, con Don Giovanni fuera y dentro de una gigantesca burbuja. La quinta, con el misterioso encargo del Réquiem, cuando la enfermedad y la pobreza se cernían sobre el genio y, por fin, una sexta, aunque no exactamente una carroza: La Flauta Mágica.





Los espectadores contemplábamos atentos la puesta en escena, colores y música que se iban abriendo poco a poco, como abanicos. Cuando, por fin, las seis carrozas estuvieron reunidas, la Cabalgata se puso en marcha.

la Batalla de Flores de ayer tarde.

Menos cultural. Más tópico típica. Otro tipo de diversión, quizá más dirigida a los chiquillos; es decir, lo habitual: Carrozas de muñequitos llenas de criaturas vestidas de faralaes, confetti, serpentinas de colores, flores, bandas de música y caramelos.

Empezó justo al ladito de mi casa, en La Gloria, donde me aposté y pude pillar la magia de los niños cuando están ilusionados por algo, no importa su origen (fíjense, por ejemplo, en los achinaditos rasgos de la flamenquita vestida de rosa de la segunda fotografía). Pasen. Vean:





Seguí la cabalgata, calle Granada, Puerta Purchena, Paseo abajo hasta llegar a la Rambla. Las bandas de música iban a lo suyo, esto es, la música. Aunque alguno de los temas -una es así- me hizo enarcar la ceja justo antes de soltar la carcajada. En ese preciso instante me acordé de Maese... ¿qué tocaba la banda? Pues... "Pasión de Gavilanes".



Resultaba un buen lugar para atrapar a los grupos folclóricos haciendo una demostración de su arte. Por orden de aparición iban España:



Argentina y sus magníficos gauchos, Polonia:





Ucrania:



Y... si mi capacidad para identificar banderas no me falla, Siria. El grupo árabe era absolutamente magnífico, pero levantaba tanta expectación que me resultó imposible conseguir una toma decente. Todo el mundo es más alto que yo, por más que me suba encima del bordillo de un parterre.

Mientras las carrozas giraban Molina Alonso adentro y se dedicaban a culebrear por la calle Altamira yo me lancé directamente Rambla arriba, esperando encontrar el hueco justo en el Anfiteatro, que me permitiera "pescar" el fin de fiesta. Lamentablemente, la fiesta terminó una miajilla antes, y al Anfiteatro solo llegaban ya las carrozas vacías y la chiquillería muerta de sueño y cansancio. Amén de que mi capacidad con la cámara para las fotos nocturnas raya en la nulidad más absoluta. Sin embargo, pude pillar a dos pequeñas "polonesas" rendidas una junto a otra, en el último reposo antes de retirarse a sus reductos, cansadísimas después de dos horas bailando y caminando.



La simpática parejita argentina -dejé la foto allí, donde Alexa- accedió a posar con gentileza y, como fin de fiesta, una morena y una rubia, hijas del pueblo de Ucrania, me ofrecieron su más rutilante sonrisa mientras sus largas trenzas (que imagino postizas) se tocaban, y en un inglés algo sincopado, tratamos de entendernos como mínimo para saber sus nombres. Les presento a Kate (la morenaza) y Olga (la rubita):



De vuelta a casa -había cerrado el círculo- me fui cruzando con la gente que regresaba del coso, finalizado el espectáculo. Entonces me acordé de Burladero y pillé, de muy mala manera, esta fotografía de la puerta grande, con el albero y las gradas ya desiertos.



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