31/8/09

El Cortijo del Fraile



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Tratándose de tierras de cine, tal vez debería llamar a esto "Almería, mon douleur"; no sé si la devastación de Hiroshima fue mayor, pero sí que no se alargó tanto en el tiempo. La fotografía de arriba es una toma de la fachada principal del Cortijo del Fraile, en tierras de Níjar y cerca de Rodalquilar. O mejor dicho: pertenece a sus restos mortales, igual que todas las demás del reportaje. Causa tristeza, rabia, decepción y una frustración honda derivada de ver como todo se pierde en las hueseras, incluso -lo vereis más adelante- las propias hueseras. Ambiciones, politiqueo, rencores, venganzas, olvidos, nituyonimíonidenadie... humanidad en estado puro, se mire el pobre Cortijo desde donde se mire.

Tras la expulsión de los moriscos, como alguna vez he mencionado, se intentó repetidamente repoblar las tierras almerienses, sobre todo las costeras, con gentes procedentes de otros lugares. Los colonos procedían de muy diversos puntos de la península; a unos se les ofrecieron tierras para animarlos a la mudanza, y a otros se les concedieron como recompensa por haber luchado junto a las tropas castellanas en la Reconquista. Pero durante siglos esa repoblación se hizo casi imposible, no solo a causa de las razzias de los piratas berberiscos -debidamente documentados acerca de la situación de las defensas por los moriscos expatriados-, sino también por la avaricia de los buitres de siempre: los señores y el clero; por una época infernal de movimientos telúricos y grandes sequías; por unos cambios de sistemas de cultivo que no se ajustaban a lo que el terreno ofrecía, por ignorancia y por... lo mismo que se arruinan las cosas ahora: avaricia. De manera que la zona quedó escasamente habitada, salvo durante los años en que se explotó su potencial minero, primero con los alumbres y más tarde con el plomo, el hierro o el oro. El valle tiene su tesoro en la tierra, hasta que la rapiña lo deja en nada.

Fue a principios del siglo XVIII cuando los frailes del convento de Santo Domingo, una de las órdenes religiosas con más representación en la provincia (los mismos a cuya custodia se entregó, allá por el principio del año del señor de 1503, la imagen de la Virgen del Mar hallada en las playas de Torregarcía), se hicieron con muchas hectáreas de tierra en Níjar, entre ellas, las tierras del Cortijo, que dedicaron al cultivo de olivares y viñedos, y donde levantaron el edificio principal y las construcciones adyacentes. Todo parecía ir viento en popa, hasta que llegó la desamortización. Primero Godoy, luego el rey francés, después aparecieron en el horizonte los liberales, Mendizábal, Espartero, Madoz… ¡qué vamos a contar!... pues que entre tiracáp’aquí y tiralláp’allá, la propiedad se vió afectada por los procesos de venta de tierras de la iglesia, pasando a formar parte de las tierras comunales de Níjar y, posteriormente a manos de los Acosta, grandes terratenientes cuyas propiedades abarcaban una extensión casi limítrofe con el municipio costero de San José. Las cortijadas estaban pobladas por familias que cultivaban las tierras y se ocupaban del ganado, o en oficios auxiliares a una u otra actividad. Eran comunidades cerradas (y cerriles), donde el analfabetismo era una peste más, y nacer mujer era casi una sentencia, una condena a perpetua.

Fue en ese escenario donde, el 22 de julio de 1928, estalló una de esas bombas de pasiones que se cuecen cuando el interés y el deseo chocan, una de esas historias de lo que se ha dado en llamar “la España profunda”. La gente lo conoce como el Crimen de Níjar, y llenó páginas de prensa local y nacional de la época, con el morbo tan habitual entonces como ahora. Tenía todos los ingredientes: una muchacha joven, nada agraciada (según se cuenta, Paca Cañadas era coja y bastante fea, lo cual no significaba que no tuviera sentimientos o fuera estúpida), dotada por su padre para facilitar su matrimonio; la avaricia de la familia, la boda arreglada, la huida en la misma noche de bodas, la sangre… y la nada. Casimiro, el novio despreciado, se marchó y se casó en otro lugar, viviendo en San José hasta 1990. Los asesinos –el matrimonio formado por José Pérez, hermano del novio, y Carmen Cañadas, la hermana de ella- no tardaron mucho en salir de prisión, Carmen en unos meses, y él al cabo de tres años, merced a una amnistía; Paca Cañadas, por el contrario, sobrevivió y pasó el resto de su vida recluida, por su propia voluntad, entre las sombras de su casa. A su muerte, en 1987, le dieron sepultura en Níjar, pero no hay nicho alguno con su nombre y se cuenta que su lápida tiene un nombre falso.

Sobre aquellos hechos basó Federico García Lorca su trágica “Bodas de Sangre”, publicada en 1933. Seguro que todos han oído hablar de Bodas de Sangre ¡cómo no, si se estudia en escuelas e institutos!.

Sin embargo, antes que Federico escribiese su tragedia –sombría y sangrienta como era habitual en su concepción de la pasión y la muerte- alguien más, con sobrados conocimientos de la zona había escrito otra obra basada en los mismos hechos. Solo que había esquivado expresamente aquel final dramático tan lorquiano y, aun sin atenerse a la verdad de lo sucedido (en la realidad tan solo uno de los fugados resultó muerto) le había concedido un nuevo final mucho más luminoso, en el que ambos amantes dejaban atrás la vida conocida hasta entonces para buscar en tierras nuevas una vida mejor. La obra, “Puñal de claveles” ha sido (y es) tildada de melodrama. Yo me pregunto qué es, realmente, lo que diferencia una tragedia de un melodrama, porque en ocasiones tengo la sensación de que sólo lo hace el nombre del autor. El autor de Puñal de Claveles era una mujer, Carmen de Burgos Seguí. Carmen de Burgos es la gran desconocida de la Edad de Plata de la literatura española. Contemporánea de la generación del 98, con cuyos componentes la unían no pocas ideas, fue una adelantada a su tiempo. Había nacido en una familia almeriense perteneciente a la burguesía local, en la calle Mariana, justo a las vueltas de la Plaza Vieja y el convento de las Claras, pero había pasado buena parte de su niñez en las tierras de Rodalquilar, donde su familia poseía, igual que los Acosta del Cortijo del Fraile de quienes eran vecinos, tierras de labor y la concesión de los derechos de explotación de algunas minas –el Cortijo de la Unión, hoy en ruinas o desaparecido-, tierras que luego tuvieron que hipotecar y vender, pero que ella siempre recordó como su paraíso perdido. Allí creció, a caballo entre la influencia de un padre liberal cuya generosa biblioteca asaltaban ella y sus hermanos y la libertad sin cortapisas en un edén minúsculo. Pero pronto, las limitaciones de un mundo pequeño burgués y cerrado, absolutamente convencional, se convertiría para ella en una jaula de la que puso todo su empeño en huir, cosa que consiguió con una firme voluntad y el empeño por cambiar las cosas, y no someterse dócilmente a ellas.

En la época en que tuvieron lugar los sucesos del Cortijo del Fraile, Carmen de Burgos acababa de regresar de Chile. Era ya una mujer de edad avanzada –sesenta y un años, si hacemos caso a sus biógrafos- y seriamente enferma, que moriría el 8 de octubre de 1932, durante una conferencia del Círculo Radical Socialista, en una de cuyas mesas redondas participaba.

Y esa omisión generalizada de Carmen de Burgos en las referencias al Cortijo del Fraile son, en realidad, otra muestra de la desidia triste que empapa todo cuanto atañe a esta tierra, que no reconoce como debiera la valía de sus hijos. A Carmen, liberal, liberada, republicana, feminista, masónica, defensora del divorcio desde los primeros años del s XX, de la educación inexcusable de la mujer, del rechazo a la pena de muerte, le vino a caer encima después de muerta la venganza de los vencedores: El reconocimiento público de su obra que se había solicitado se fue a pique en los desastres de la guerra, que impedían entretenerse en flores y, nada más acabar la contienda, se elaboraron listas de autores prohibidos; autores que no debían figurar entre los fondos de las bibliotecas públicas, ni ser vendidos en las librerías o reeditados. Había casos en los que se prohibían ciertas obras, y otros en los que se prohibía por completo al autor. Este último fue, precisamente, el de Carmen de Burgos:

Sírvase tomar nota de que no están autorizados los libros de: Zola, Andreieff, Voltaire, Rousseau, Giolla (Ediciones Franklin), Upton Sinclair, Sinclair Lewis, Gorki, Carmen de Burgos, […] Romain Rolland, […] Guerra Junqueiro, Eduardo Ortega Gasset, Diego Ruiz, Sénder […] (1)

(1) Mª Josepa Gallofré i Virgili, L’edició catalana i la censura franquista) – 1939-1951), Barcelona, Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 1991, p.47)

De: Concepción Núñez Rey, Carmen de Burgos, Colombine, en la Edad de Plata de la literatura española). Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías, 2005. Ed. Fundación Jose Manuel Lara [Biografías]. Octubre 2005, p. 625


Pasaron los años, y Federico brilló con luz propia, recobrando un lugar en las aulas y las bibliotecas. Lo mismo ocurrió con otros grandes nombres, como Miguel Hernández, Ortega y Gasset o Sénder.

Han pasado los años y, desde hace una década, se intenta rescatar a Carmen de Burgos.

Han pasado los años y, desde hace una década, se intenta rescatar el Cortijo del Fraile.

Tal vez –eso deseo- lo consigan con Carmen. Es cuestión de voluntad e interés.

Con el Cortijo, lo veo más difícil. Las tierras de labor que lo rodean fueron adquiridas en 1995 por una compañía agrícola murciana, la Agrícola La Misión S.L., en cuya página web podemos leer:
1995 Se constituye Agrícola La Misión S.L. , para cubrir todos los cultivos fuera de Murcia y la puesta en marcha de la compra de la Finca "El Cortijo del Fraile" ubicada en el Parque Natural Cabo de Gata, Nijar, para cultivos ecológicos (724 Ha).

1996 Constitución de Kernel Export, S.L. como Organización de Productores de Frutas y Hortalizas nº 577.


Como advertiréis, se hace mención expresa a que la finca se encuentra en el Parque Natural. Si bien, como se puede apreciar en las imágenes, no se trata de un cultivo de invernaderos de los que tanto acostumbramos a protestar, sino de un regadío, además (si la información sobre las quejas de los ecologistas y algunos partidos de izquierda al respecto y de que dispongo no miente) cultivos subvencionados en terreno forestal. La Junta de Andalucía se supone que debe tomar cartas en el asunto pero, de hecho, la venta del Cortijo a la Agrícola La Misión, cuando ya el Parque Natural era una realidad, no les hizo mover un dedo. El Ayuntamiento de Níjar rotula y lo incluye en sus rutas turísticas, pero tampoco toca una piedra porque las piedras no le pertenecen. En cambio, como podréis observar en las fotos, se ha llevado a cabo muy recientemente (al parecer por la empresa propietaria) una restauración del aljibe y del tanque con abrevadero, que aparecen convenientemente remozados y encalados. El problema reside en que las restauraciones deben hacerse con respeto a la construcción original, y no a base de cemento, conservando poco más que el aspecto externo y terminando de destrozar lo poco recuperable que hubiese quedado a base de sustituirlo por un pegote moderno, falto de toda autenticidad e inútil para su observación y estudio, como si se tratase de un trampantojo cinematográfico.

En junio de 2002 cierto número de intelectuales y asociaciones se reúnen en el Cortijo y hacen público el Manifiesto del Cortijo del Fraile, en el que se reivindica tanto la rehabilitación y recuperación para usos comunes el Cortijo del Fraile, como la obra de Carmen de Burgos, tan injustamente olvidada.

Manifiesto del Cortijo del Fraile

Los escritores y artistas del Sureste, reunidos hoy día 22 de junio, en el Cortijo del Fraile, en este paraje de insólita belleza, próximo al oro de Rodalquilar y a la deslumbrante costa volcánica, deseamos hacer llegar a todas las sensibilidades nuestra preocupación por el estado de abandono y ruina en que se encuentra el edificio del siglo XVIII, mandado construir por los frailes dominicos.
Destacamos la significación de esta construcción, de tanta importancia e interés dentro de la arquitectura tradicional del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. Así como por su vinculación a la literatura, como fuente inspiradora de la novela Puñal de claveles de Carmen de Burgos y la tragedia Bodas de Sangre de Federico García Lorca, cuya proyección universal hace incomprensible que este lugar permanezca en ruinas. Lamentamos su deterioro y destrucción, así como el continuo expolio de lápidas y diversos utensilios, a que se ha visto sometido. La continua afluencia de visitantes, atraídos por la creciente fama del Cortijo, reclama una actuación que no admite demora.
Somos conscientes, sin embargo, de las dificultades que hay que superar, puesto que el edificio (sobre el que hay incoado un expediente dentro de un bloque de cortijos rurales mediterráneos) es propiedad privada y requiere de una gestión eficaz por parte del Ayuntamiento de Níjar y la Junta de Andalucía, para llevar a cabo un ambicioso proyecto que vendría a suponer un centro vital para la cultura, con proyección internacional.
Pedimos que, dada la singularidad de la edificación, se agilicen al máximo todas las gestiones para poder llevar a cabo su reconstrucción y restauración, acordes con la categoría de la obra y el paisaje en que se enclava. Y, en consonancia con los excelentes trabajos de recuperación que se están realizando en la zona, en el antiguo poblado minero de Rodalquilar. De igual manera, han de acondicionarse los caminos al Cortijo del Fraile, así como la carretera, junto al cerro del Cinto, que le une con Rodalquilar, que resulta hoy impracticable.
El Cortijo del Fraile ha de convertirse en un Museo Etnográfico del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar; con una especial dedicación al suceso de 1928, como a las posteriores obras literarias que generó. Si Lorca ha de tener una destacada presencia, Carmen de Burgos “Colombine”, tan vinculada a estas tierras, en las que ambientó varios de sus relatos, ha de encontrar aquí también un recuerdo vivo y permanente. La figura de la escritora almeriense ha ido recuperando su vigor, gracias a su intensa obra literaria y, como cabeza de la lucha por la dignificación de la mujer en nuestro país, cuya luz personal pervive en nuestro tiempo.
La propia edificación, tan sugestiva, como enclave rural, con elementos arquitectónicos del siglo XVIII y oratorio del XIX, presenta por sí sola un enorme atractivo para convertirse en el futuro Museo del Parque. Se ha de producir, pues, una imbricación perfecta entre las tragedias rurales del autor granadino y un lugar que fue centro de la vida, el trabajo y las pasiones de los Campos de Níjar.
Proponemos al Ayuntamiento de la localidad y a la Junta de Andalucía que actúen, ya contemplan la posibilidad de la adquisición y recuperación de un grupo de viviendas abandonadas, muy cerca del Cortijo del Fraile, en el llamado Campo de Doña Francisca, que podrían convertirse en residencia de futuros visitantes y, en especial, destinadas a escritores, profesores y artistas que, procedentes de diversas partes del mundo, acudieran para realizar sus creaciones, investigaciones y encuentros en el Parque Natural.
Decidimos constituir un amplio Colectivo que vele para que el Museo del Cortijo del Fraile sea, en breve, una realidad, una admirable realidad, en este hermoso Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, declarado por la UNESCO Reserva de la Biosfera.
En el Cortijo del Fraile, a 22 de junio de 2002
Instituto de Estudios Almerienses
Diputación de Almería
Colectivo Huali (Almería)
Grupo Espartaria (Lorca)
Asociación de Amigos del Parque Natural Cabo de Gata-Nijar
Asociación de Escritores y Artistas Españoles


Han transcurrido siete años largos desde que se realizase el Manifiesto. Siete años de sol abrasador, de viento residente, de lluvia brusca y rompedora. Siete años, no de olvido total, sino de paciencia excesiva. La situación actual es la que podeis observar en las imágenes. La tierra, como en los tiempos que la visitara Goytisolo, sigue siendo roja, y en ella crecen los frutos enriqueciendo el paisaje con sus colores. Los pitacos, con sus enormes varas floridas, siguen bordeando el margen del camino; y cabras y ovejas pastan en la majada, al cuidado del pastor. Todo sigue igual, todo se desmenuza en polvo. Polvo en el viento, que es todo cuanto somos.

29/8/09

Lucainena de las Torres


Bueno... pues fue una delicia. A modo de presentación valga una foto reciente de una obra antigua.
Ingeniería de pico y pala.
Este túnel, junto a la Rambla Alías, a la altura de El Saltador, formaba parte del antiguo trazado del ferrocarril de vía estrecha. Aquí no trabajaron tuneladoras, ni las grandes máquinas que hoy horadan las rocas. Se excavó a fuerza de músculo -y supongo que algo de dinamita, claro- y por eso sus paredes son tan irregulares. Podeis imaginaros las cuadrillas picando la roca y, aunque como se puede observar su longitud no es mucha, debió sudarse lo suyo.

Lucainena de las Torres

En la vertiente norte de Sierra Alhamilla, entre Sorbas y Tabernas, y un poco por encima de los quinientos metros sobre el nivel del mar, se encuentra Lucainena de las (Siete) Torres. La antigüedad del asentamiento se remonta al neolítico, aunque no es hasta la época romana cuando adquiere cierto nombre entre los lugares de su entorno. Lucainena fue una alquería de cierta importancia, una villa romana dedicada como era habitual en la época y el lugar a la explotación agrícola. Cuentan los porahíses (ya sabes que la red es una gran fuente de información, pero también lo son los periódicos y las charletas, aunque a veces todos ellos sean inexactos o contengan errores) que perteneció a un tal Lucanius o Lucainus, un patricio de quien se deriva la primera parte del topónimo. Existen restos arqueológicos correspondientes a ese periodo, como pueden ser piezas de terra sigillata, las piezas de cerámica rojo brillante que aparecieron en la Hispania del s. I dC por influencia de las originales itálicas o galas.

La llegada de los árabes a la zona hizo de ella el vértice norte del triángulo que formaba la Tierra de Níjar (Cora de Bayyana), y la dotó de una muralla con siete torres, a cuyo recuerdo está sujeta la segunda parte del topónimo, y también una mezquita. Los musulmanes supieron aprovechar la riqueza de los acuíferos, convirtiendo Lucainena en un próspero enclave agrícola donde se cultivaban frutales como los almendros, olivos, granados o higueras, de los que todavía hoy quedan terrenos en la zona. Sin embargo, las cosas pronto iban a cambiar. Lucainena -los documentos la referencian por ese entonces con topónimos como Locayna, La Caynera o Alocainona- forma parte de las posesiones de Boabdil el Viejo, Abū `Abd Allāh Muhammad az-Zaghall, más conocido como El Zagal, el desgraciado tío y predecesor de Boabdil El Chico. En el entramado de negociaciones y permutas que tuvieron lugar en la época para consolidar alianzas de poder, Lucainena fue, como otras tierras, entregada a los Reyes Católicos. Corría el año de 1488 y la población tenía un censo de -aproximadamente- quinientas almas musulmanas. Cuando, en Nochebuena de 1489 y después de unas capitulaciones muy aceptables, los Reyes entraron en Almería, las tornas no tardaron en girarse.

Si algo tuvieron Sus Muy Católicas Majestades fue la pésima costumbre de no hacer honor a sus tratos ni respetar capitulaciones de clase alguna. Una vez con la sartén por el mango, hicieron siempre lo que les dió la realísima gana... y eso pasaba por aplastar a los infieles- Bueno, por aplastarlos, apartarlos y quedarse su patrimonio, claro, que aplastar por aplastar y sin provecho tampoco era la cuestión-. Por su parte, los "infieles", que veían traicionados los acuerdos, no estuvieron dispuestos en absoluto a permanecer de brazos cruzados. Ahí empezó la desolación.

En 1489 la villa se entrega a Don Enrique Enríquez, tío del rey por parte materna (la madre del rey, Juana Enríquez, era hija del primer matrimonio de Don Fadrique Enríquez, mientras que Don Enrique lo era del segundo), junto con otras tierras pertenecientes, no a la Sierra Alhamilla, sino a la de los Filabres. A este conjunto, que dejará la villa situada al sur de la circunscripción, se denominó el Estado de Tahal. Más tarde, por patrimonio (o sea, por matrimonio) pasaría al Marqués de Aguilafuente -supongo, y es pura deducción, que a D Pedro de Zúñiga, segundo Marqués de Aguilafuente, que casó allá por 1550 con Doña Ana Enríquez. Durante esos años, los musulmanes de la zona intentaron, mal que bien, adaptarse a los cambios. Pero se toparon con la cruzada religiosa fundamentalista y con los incumplimientos de las capitulaciones. Tal vez hubiesen podido bregar con una u otra circunstancia, pero la conjugación de ambas resultó fatal. Los moriscos, hartos de abusos, se levantaron en las sierras almerienses igual que en las granadinas. Los Filabres se convirtió en un campo de batalla y no hubo fuerza que consiguiera que los habitantes del lugar -todos ellos moriscos, en el caso de Lucainena- pudieran conservar sus posesiones o su forma de vida, que les fueron arrebatadas y entregadas a los señores cristianos como botín de guerra. De un censo de cuatrocientos treinta y seis habitantes, tras la revuelta, cautivos unos, vendidos como esclavos otros y expulsados los más, Lucainena perdió la totalidad de su población y, en 1570, el Libro de Apeo y Población se daba fe de un intento de repoblación con diecinueve colonos, de los cuales no aparece citada la procedencia. Desgraciadamente el asentamiento de los primeros colonos no llegó a cuajar debido a las frecuentes razzias de los piratas berberiscos, en una de las cuales son hechos prisioneros y, al igual que los moriscos que les precedieron, vendidos como esclavos, esta vez al otro lado del mar.

En el s. XVIII (1772), sobre la anterior ubicación de la Mezquita local, a costa del erario del señor Conde de Aguilar y siendo gobernador y administrador general D Adrián de Laborda, se levanta la Iglesia de Santa María, bajo el patronazgo de Nuestra Señora de Monte Sión. La localidad ha ido, recuperando, aunque lentamente y algo modificada, su antigua actividad agrícola y artesanal, y creciendo (el censo de Marqués de la Ensenada, en 1752, contabilizará una población de 429 habitantes) hasta englobar cortijadas todavía existentes como las de Polopos, El Saltador o Rambla Honda. Lucainena dormita amodorrada en una rutina lenta, sencilla y blanca, bajo el Cerro que la corona, en el oasis que todavía era la Sierra Alhamilla.

Y entonces llega el siglo.

El siglo XIX, quiero decir.

Y, con el siglo, surge un bostezo. Llega un nuevo orden de gobierno y arranca la era industrial, que exige materia prima: minerales para las fábricas e instalaciones para la extracción del mineral. Un alma espabilada da en descubrir que la dormida Lucainena reposa sobre un manto de cierta riqueza. Las entrañas de la roca guardan un tesoro que aflora desde las profundidades, en las aguas sulfurosas de la fuente del barranco Juagarí (o de “La Almazarilla”). Corren la segunda década de los milochocientos y, al parecer se trata –cosas de la vida- de un descubrimiento porcino. Un animal enfermo da en revolcarse en los lodos de la zona, y sana. Tres décadas más tarde, D Gaspar Molina y Capel, profesor de Medicina, redacta una memoria confirmando la calidad curativa de las aguas, hablando de sus efectos sobre el sistema nervioso, circulatorio, digestivo y respiratorio.


Sin embargo, solo se trata del principio. Los terrenos cercanos demuestran ser ricos en cobre, hierro y azufre. De modo que muy pronto son adquiridos para su explotación. Varias fueron las compañías mineras que pusieron sus ojos en los terrenos pero, finalmente, hacia 1893, el vizcaíno Ramón de la Sota y Llano y su primo Eduardo de Aznar y de la Sota (Compañía Sota y Aznar), se hacen con la explotación a través de la Compañía Minera de Sierra Alhamilla (CMSA) participada al principio con el alemán Otto Kreizner.

Para llevar adelante la explotación necesitan poder transportar el mineral, de manera que se proyecta y construye en la sierra todo un entramado de viales, planos inclinados y baterías de hornos de calcinación. En Lucainena se levantarán, una tras otra, las instalaciones necesarias para sostener la actividad minera; central eléctrica diesel, talleres, almacenes, oficinas, hospital, hornos de fundición y, lo más importante: un trazado ferroviario que unirá la población con la costera Aguamarga, bordeando la rambla de Alías hasta la Venta del Pobre, para luego enfilar los llanos de Níjar. La línea de ferrocarril, que unirá los 35 kilómetros que separan la sierra del mar, constará de varias estaciones intermedias (Peralejos, Camarillas y Palmerosa) y una de descarga, enormes tolvas de almacenamiento y un embarcadero. De estas tres estaciones solo de Camarillas se conserva algún resto de interés, casi enterrado por la construcción de una nave industrial, a espaldas de la Venta del Pobre, en la glorieta que parte desde el restaurante hacia Carboneras. Las obras se llevaron a cabo con grandes prisas y, en solo dos años ¡a pico y pala! (de 1894 a 1896) se terminó el ferrocarril de vía estrecha (0,75 m) y exclusivamente de carga. Las pequeñas –llegaron a ser nueve- locomotoras de vapor arrastraron vagón tras vagón, en convoyes de hasta 20, con cargas de unas siete toneladas, controlándose desde 1896 hasta 1931 casi 3.800.000. En ocasiones excepcionales se contaba con un par de coches de viajeros, destinados inicialmente al transporte de los directivos de la Compañía. El coste total de la construcción alcanzó los tres millones y medio de pesetas (de la época), a razón de unas cienmil pesetas por kilómetro, incluyendo dos puentes metálicos de gran envergadura (La Rafaela y El Molinillo). Pese a ello, de todos los trazados ferroviarios mineros de la provincia, el de Lucainena-Aguamarga fue el que mejor y por más tiempo cumplió su función.

En principio, el mineral bajaba por el plano del Burrucho hasta el principio de la línea. A medida que avanzó la explotación se fueron haciendo algunas modificaciones sobre el transporte. La mina era productiva y los dividendos para sus propietarios importantes. En aquel entonces, la población en Lucainena aumentó de forma muy considerable, alcanzando su pico máximo en 1900, con 2.455 habitantes censados, aunque algunas fuentes llegan a mencionar los 7.000 habitantes. Por aquel entonces la población pertenece al partido judicial de Sorbas, y contabiliza 240 casas, terrenos de buena calidad, fuentes y manantiales de agua potable y ferruginosa, su propio Registro de la Propiedad, una Administración Subalterna de Hacienda, abogados, procuradores, notarios, médicos, farmacéuticos, telares, molinos de aceite y harina, fábricas de jabón y aguardiente, alfarerías y comercios de distintas clases.

Sin embargo, mientras la pequeña localidad almeriense se dedicaba afanosamente a arrancar los huesos de su tierra –el grueso de cuyo beneficio iba a engordar directamente las cuentas bancarias de los socios de la Compañía, allá en el lejano norte- el mundo giraba, y giraba en una dirección que pronto enseñaría su cara más fea. En 1929 murió el patriarca de los Aznar –Luis María-, al tiempo que en la debacle posterior a la Primera Guerra Mundial, estallaba la crisis industrial de los años treinta. Se produjo un bajón en la explotación, que se recuperó ligeramente aunque continuó en una línea descendente hasta 1931, año en que se suspendió temporalmente la circulación del ferrocarril. Durante nuestra Guerra Civil quedó en manos de los obreros, pero una nueva circunstancia vendría a empeorar las cosas: Las diferencias ideológicas de las familias de ambos socios habían conducido a un desgarro en la empresa. Los Aznar, partidarios del bando nacional, lograron hacerse con el control de la flota naviera, que la familia Sota, republicana y afín al nacionalismo vasco, había puesto al servicio de la República. En 1936 muere Ramón de la Sota, y las autoridades franquistas incautan sus propiedades debido a su militancia nacionalista. Con todo, se realiza un notable desembolso a fin de reparar la línea férrea dañada, como tantas otras, durante el conflicto. Pero se comprueba que las vetas están agotadas y no son rentables y, en 1942, apenas medio siglo después de haber arrancado, cesa por completo la actividad minera.

De la riqueza efímera quedan las ruinas. Las ocho torres de los hornos de calcinación, capaces antaño de reducir hasta 50 toneladas de carbonato de hierro, se yerguen hoy sobre la ladera (son visitables y entre las escorias de mineral aún pueden encontrarse fácilmente curiosas piritas de hierro de rara cristalización) sustituyendo a aquellas antiguas torres de muralla desaparecidas, que dieran nombre a la localidad en tiempos musulmanes. El trazado derruido del ferrocarril parece que, por fin, va a ser recuperado por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, la Mancomunidad y el Consistorio, con la creación de una Vía Verde, similar a las que recorren otros puntos de nuestra Comunidad aprovechando viejos trazados ferroviarios. Se proyecta que la Vía siga el recorrido desde los hornos de Lucainena hasta el embarcadero de Aguamarga. Bajando los dos kilómetros que van desde las ruinas a las antiguas oficinas de las minas –hoy Colegio Diego Ropero- y saliendo del pueblo en dirección a Níjar, el camino, reconvertido de vía en pista asfaltada, es fácilmente practicable, aunque a poco se pierda en un camino de tierra que serpea en dirección a Polopos junto a la Rambla Alías, el Paraje El Saltador y los estribos de los grandes puentes metálicos desmantelados del Molinillo y la Rafaela, o los más chicos de Rambla Honda y Juaraquín. La ruta resulta muy apropiada para hacer cicloturismo o senderismo.

Existen otras rutas practicables, como son las de Lucainena-Turrillas, el ascenso al Peñón, o Lucainena-Sierra Cabrera atravesando la Cantona. Rutas por parajes naturales donde se puede disfrutar la fauna y flora propias de la zona, como el avistamiento de los buitres negros o las migraciones de los flamencos.

Muy cerquita (a unos diez kilómetros) está el Circuito de Velocidad de Almería, donde se celebran competiciones y aquellos que desean organizar sus propias carreras pueden, incluso, alquilar el circuito.

Lucainena vuelve hoy a ser una población eminentemente agrícola. Su población ronda los setecientos habitantes, aunque escasean los jóvenes. Sus calles empinadas de casas bajas y encaladas, están hermosamente cuidadas y decoradas con macetas de flores (lo que le ha valido un Premio de embellecimiento de los pueblos). En Junio celebra las fiestas de San Sebastián, y la tercera semana de septiembre las de su patrona, la Virgen de Monte-Sión. A la hora de comer, lo mejor es apuntar hacia los platos típicos, como el caldo colorao o los gurullos o el puchero de trigo.

La población hace ahora una apuesta por las energías renovables. Tras las cinco plantas fotovoltaicas que ya tiene operativas (unos 430 kilovatios entre todas), amplía ahora su capacidad con la instalación de otros tres, que con una capacidad de producción eléctrica de aproximadamente 21.000 kilovatios constituirán una de las plantas fotovoltaicas más grandes de Andalucía y suministrarán energía a unas diez mil viviendas.

El proyecto del AVE Almería-Murcia tiene actualmente tres tramos en estudio en la provincia, uno de los cuales es Lucainena de las Torres-Rambla de Retamar, veinticuatro kilómetros presupuestados a medio millón de euros (solo el estudio geológico y de trazado). El plazo para la ejecución de los trabajos de campo de los sesenta y cinco kilómetros de los tres tramos va entre siete y ocho meses (lo cual, tratándose de Almería, puede significar aproximadamente siete u ocho años). De hecho, los tramos de Lucainena-Retamar y Retamar-Almería son los más retrasados (el tercer tramo es Lorca-Pulpí), puesto que los ayuntamientos de Níjar y Almería, después de examinar el trazado y comprobar que limitaba el desarrollo municipal solicitaron del Ministerio de Fomento la modificación de los trazados previstos al principio. Y en esas seguimos...

Me da el pálpito, aunque desearía equivocarme, que la cosa se encallará en Pulpí al Este, y a la altura de Adra, al Oeste. Y si no, al tiempo.

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Estribos del antiguo puente de La Rafaela, desmantelado en la posguerra. Este puente era uno de los que salvaban las ramblas que cruzaba el ferrocarril minero que unía Lucainena de las Torres con Aguamarga.

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Restos de los ocho hornos de calcinación, en la ladera del Cerrón, junto a Lucainena.

Fotos antiguas de los hornos de calcinación y la estación de ferrocarril. La calidad es muy baja, en primer lugar porque los originales son de 1909, y es una copia escaneada a baja resolución y tamaño, pero para hacerse una idea pueden servir.

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Lucainena de las Torres (Hornos de calcinación, ca 1909) - Barcelona: A. Martin - Editor - Tamaño 13 x 18 - Portfolio de España 13 - R. 7643-A -- F803

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Lucainena de las Torres (Estación de Ferrocarril minero, ca 1909) - Barcelona: A. Martin - Editor - Tamaño 13 x 18 - Portfolio de España 13 - R. 7643-A -- F802

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El Cerrón guarda la villa, los campos y los restos de las minas.

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En la ladera reluce el pueblo, blanco de cal. En primer plano uno de sus viejos olivos.

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Un viejo trillo, apoyado sobre la pared de la Venta Museo, nos permite ver las pequeñas piedras aguzadas incrustadas en su base y las ranuras que antes alojaron otras parecidas. Arrastrados por una mula (generalmente) y conducidos por un chiquillo, los trillos se arrastraban sobre las mieses extendidas en la era y separaban el grano de la paja.

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Fachada de la Iglesia de Santa María, en lo alto de la cuestecilla. En el interior se halla la imagen de la patrona de la localidad, Nuestra Sra de Monte-Sión.

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Venta-Museo. Aquí se puede uno zampar una magnífica olla de trigo, o gurullos, o caldo colorao, o...
Amén de visitar el museo de útiles y aperos de labranza, claro.

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Calles del pueblo. Cal y flores.

En sus marcas...

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Aunque no creereis que las paredes se blanquean solas, claro... aquí no hay aprendiz de brujo que ponga a bailar los cepillos y los cubos:

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Mirador del Poyo de la Cruz, junto a la iglesia.

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Interior de la iglesia. Como era habitual en las zonas donde abundaban las razzias, es una construcción carente, casi por completo, de ventanas. Las pocas existentes son apenas claraboyas situadas en lo alto.

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Placa conmemorativa de la construcción de la iglesia.

Y, si de fieles tratamos, este tiene pinta de fiel y paciente, aunque no de feligrés.

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Torre del campanario.

Carretera y manta, de vuelta a casa...

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Almería, esa desconocida

De la Wikipedia:

Almería es una provincia de la comunidad autónoma de Andalucía, situada en el sureste de España. Limita con las provincias de Granada y Murcia. La capital de la provincia es la ciudad de Almería, situada en el centro de la bahía homónima.
El Gobierno y Administración de los intereses provinciales está encomendado a la Diputación Provincial de Almería.
Abarca 8.774 km². Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2008 su población era de 667.635 hab., siendo ligeramente superior el número de hombres. La densidad de población es de 76,1 hab./km², cifra sensiblemente inferior a la media española. Cuenta con una diócesis, 8 partidos judiciales y 103 municipios, entre los cuales figura Níjar, uno de los términos municipales más extensos de España con 601 km². Dispone de 6 escaños de representación parlamentaria en el Congreso, y 4 en el Senado.
El gentilicio de sus habitantes es "almeriense" o "urcitano".

Almería es, para la inmensa mayoría de la gente, una absoluta desconocida. Como mucho, y con suerte, les sonarán los nombres de Vera, Cabo de Gata, Roquetas, Aguadulce o El Ejido. Alguno, un poco más puesto en el asunto geográfico tendrá nociones de por donde, más o menos, caen Tabernas, Carboneras o Adra; y ya, en el summum, alguno sabrá de Sorbas o Macael, o incluso de Pulpí y sus lechugas, o de las Sierras de las Estancias, Filabres o Gádor.
La razón principal estriba en su emplazamiento, encerrada entre escarpadas y áridas barreras montañosas (un cordón de sierras enlazadas con picos de alturas entre dos y tres mil metros, desde La Ragua, en Sierra Nevada, al Pico de María, en la Sierra del mismo nombre) y el mar. Una costa asaltada durante siglos por oleadas de invasores: primero fenicios, luego romanos, más tarde catalanes, genoveses, castellanos y magrebíes. La dureza de la vida en la zona y su aislamento la han tenido sumida en el atraso -Almería siempre ha llegado tarde a todo- sin que, lamentablemente, hayan servido también para mantenerla a salvo de la rapiña.
Sin embargo, esta es una tierra hermosa; con la hermosura descarnada de lo insólito que aparece por casi cualquier rincón. Almería exige tiempo y cariño para conocerla, para encontrar en sus valles y sus riscos las huellas de una riqueza natural, de una belleza singular que no se limita a sus doscientos y pocos kilómetros de orilla mediterránea, de las playas y calas levantinas, a la costa volcánica del Cabo de Gata, las dunas de Punta Entinas, o los puños de roca alpujarreña que se hunden en la mar allá en Poniente.
Llegué aquí hace apenas cinco años y me quedé enganchada. Después de muchos años dando vueltas, este lugar se convirtió de golpe en mi lugar en el mundo. No sabría explicar por qué o como; solo sucedió, de tal manera que aunque mi cabeza puede recordar perfectamente donde nací, me crié o fueron apareciendo todas y cada una de mis arrugas, siempre que me preguntan me declaro almeriense, por devoción.
Sin embargo, como almeriense -igual que como cualquier otra cosa- resulto un bicho raro: me paso la vida investigando las raíces, los lugares, los porqués, empecinada como buena inmigrante, en absorber por inmersión lo que no tengo por nacimiento: de los modismos lingüísticos -el deje o los localismos- pasando por la gastronomía, a las costumbres, a los ritos, a todo aquello que le da estructura a una "tribu".
No es la primera vez que traigo historias de la ciudad, o fotografías del Cabo de Gata y la costa almeriense, de Mojácar a Roquetas. Pero Almería es más que costa blanca y pitacos, más que un plató de cine. Ando detrás de descubrir esa Almería ignorada, sus hijos, sus gestas, sus logros -grandes o pequeños- y retirar el oscuro velo que la cubre, al modo del tradicional pañolón morisco que utilizaban las mojaqueñas no hace tanto. Y ese viaje de descubrimiento me gustaría traerlo aquí, por si otros sintieran, también, un mínimo de curiosidad por conocer ese lugar perdido al Oeste del Edén.
Mañana tengo prevista mi primera excursión hacia el interior. Se trata de un pequeño pueblo incrustado en la ladera de Sierra Alhamilla, un pueblecico de origen neolítico que comenzó siendo la villa de un romano -un tal Lucanivs- del cual heredó el nombre: Lucainena de las (siete) Torres, perteneciente en época musulmana a la cora de Bayyana, hasta que en 1488 pasó a manos de los Reyes Católicos.
Ya os contaré a la vuelta.