Ayer, lo fotografié yo. Me contaron que en las cuevas ya no vive la gente, sino que algunos vecinos del barrio tienen ahí palomares, palomares de criar palomas, vaya.
Y bajo las viejas Cuevas... los nuevos bloques.
Te regalan un cante, te invitan a té con pastelillos, te regalan ramitos de hierbabuena, te dejan (por un ratico) compartir una pizca de lo que les hace vibrar. Somos extranjeros en su casa, pero son nuestros vecinos.
A la guitarra, Potito de Almería. Si son capaces de desentrañar lo que les cuenta nuestro joven cantaor se darán cuenta que es un pedazo de su día a día.
Té y limonada eran el refrigerio justo para afrontar los treinta grados sin sombra. Las pastas eran la energía para trepar las cuestas de su mundo, esas que ellos suben cada día, incluso los más viejos, cargados con sus bolsas y sus vidas.
Arriba, el espectáculo llega a ser a un tiempo impresionante y desolador. Y te dan ganas de dar algunas patadas en algunos culos... pero ya llegaremos.
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