2/2/09

La Niña de Balanegra

Hacia Poniente, algo más allá de El Ejido, pasado Guardias Viejas y antes de alcanzar Adra, entre Balerma, Tarambana y Las Cuatro Higueras, hay un pueblico chico encerrado entre la orilla del Mediterráneo y la Autovía, al pie de la Sierra de Gádor. La pedanía no alcanza los tres mil habitantes aunque, en verano, como casi todos los lugares costeros, multiplica su población hasta llegar a triplicarla.

Por no tener, este pueblico chico todavía no tiene ni Ayuntamiento propio (pertenece a Berja, población con la que mantiene en los últimos años un tira y afloja por desgajarse). Siglos atrás, el pueblo vivía del pastoreo trashumante, que fue desapareciendo y hoy ha sido sustituido por la agricultura intensiva. Es uno más de los pueblos-invernadero del Poniente almeriense.

Hasta hace poco, celebraban la Epifanía (el 6 de enero), el Día de Andalucía (28 de febrero, con unas buenas migas aderezadas de tocino, chorizo y habas, que reparte el Ayuntamiento), el eufemístico “Día de la Entidad Local Menor” (25 de Marzo, porque son cabezones y, aunque no estén constituidos todavía como municipio autónomo, defienden con uñas y dientes ese primer paso para que su Alcalde lo sea en toda la extensión del término), el Primer Domingo de Mayo con una romería que acaba en paellada para propios y extraños, un San Juan verbenero que ilumina de hogueras su playa y los cuatro días de la veraniega semana de Santiago que son la Fiesta Mayor. Pero, a partir de ahora, en ese pueblecico chico, celebrarán el día 1 de Febrero; ese día en el que una de sus vecinas más jóvenes, una preadolescente de doce años, recibió uno de los premios que la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de nuestro país concede a aquellos que trabajan recreando la vida nuestra de cada día y creando ilusiones y vidas alternativas. Ayer, una chiquilla de doce años se llevó, por un trabajo digno y profesional, el Goya a la Mejor Actriz Revelación de 2009 y, cuando subió con su lluvia de lágrimas emocionadas al escenario, a recogerlo, no se olvidó de su pueblo, su pueblico chico encerrado en la costa almeriense, entre las olas y una autovía, medio cubierto del plástico de los invernaderos. Nerea Camacho, abrazada a su Goya y tierna, todavía, en sus palabras, llevó con ella sus raíces, esos pies pequeñicos asentados en un pueblo que apenas nadie conoce (aunque aparezca en la Wikipedia de Todos los Santos), su Balanegra natal.

Almería es –dicen- tierra de cine. Al cine y sus derivados le agradece una parte importante de sus pocos recursos y del eco de su nombre en nuestro país y fuera de él. Pero ese reconocimiento nacional e internacional sólo lo han recibido sus escenarios; su desierto y sus calas, sus ficticios ranchos y tipis, su África sin salir de Europa, sus remedos de otros desiertos donde los rodajes resultaban más caros, menos exóticos o más peligrosos. Ayer, por fin, una almeriense menuda, jovencísima, con un cuajo profesional que augura grandes posibilidades de futuro, si ella y quienes la rodean son capaces de mantener los pies en la tierra y cuidar esa riqueza, consiguió que Almería tuviese, por fin, un rostro de cine.

Más allá del fandanguillo, de Manolo Escobar, de los rizos rubios de David Bisbal, del cerebro privilegiado de Ginés Morata, de los logros de su equipo de fútbol, de Rosa María -esa primera mujer piloto de caza de combate en nuestro país- de su oro líquido de Tabernas y su pasado teñido de óxido de hierro, polvo de alumbre, esparto y pitacos, de sus desaladoras y su Plataforma Solar, Almería luce hoy un rostro de niña, juvenil y hermoso, cargado de futuro. Ojalá que todos lo podamos ver madurar, como la fruta en sazón del Poniente almeriense.