20/7/07

Estimado Sr. HACENDADO

El siguiente relato es un regalo de mi buen amigo, Suerte, quien contribuye de vez en cuando a esta Crónica con sus impagables relatos de una infancia de verano en Almería. Hoy, no tan "infantil", pues la aventura ha tenido lugar hace apenas un par de semanas, en su última visita a esta, su casa:



A Almería ya no la reconoce ni la madre que la parió, lo cual no es necesariamente malo ya que la queridísima ciudad que conocí en mi niñez era de todo menos bonita. Pero aquella Almería de entonces era chiquitita, sencilla y fácil de manejar: la estación, el puerto, la rambla, la Telefónica, la Térmica (o playa del Zapillo) y el mercadillo de las Regiones. Y para de contar, ya no había más referentes en toda la ciudad.

Ahora no. A pesar de que ahí no llueve más que barro, han crecido como setas las rotondas, las avenidas principales (no sé cuántas avenidas principales hay, pero sin duda son muchas), los cruces (los han hecho todos iguales), los barrios, las barriadas y los centro-ciudad (para mí que hay varios).

El caso es que el otro día me encontraba en las afueras de Almería y tomé la decisión de bajar a la ciudad a hacer la compra en el Mercadona pues el Señor Hacendado es un tipo que me resulta de toda confianza. Pero como eso del Mercadona es un invento moderno que no existía en mi Almería de toda la vida, me tuvieron que dar unas cuantas indicaciones sobre cómo llegar.

-Tú tiras hacia el Carrefú y vas hacia ahí pero sin llegar ahí, das la vuelta por detrás y más o menos por ahí, junto al Hotel Trip, te encuentras el Mercadona.

Francamente quien me dio aquellas indicaciones no tenía precio alguno como asesor de la Guía CAMPSA. Pero, como yo sí tenía bien localizado el célebre Carrefú, decidí fiarme de mi proverbial sentido de la ubicación y ahí me fui directo.

En llegando al Carrefú, tal como me dijeron, fui al Carrefú pero no fui al Carrefú, di la vuelta por la parte de atrás del Carrefú y localicé al tercer intento el mentado Hotel Trip... pero ni rastro del Mercadona. Dos vueltas después alrededor del Carrefú, perdido como estaba en mitad de una rotonda cercana al Carrefú, decidí confiar mi suerte a un paisano que circulaba en moto por el lugar.

-Oiga, jefe, ¿el Mercadona?

-¿El Mercadona?

-Sí, el Mercadona. ¿Por dónde se va al Mercadona?

El interfecto, con gesto serio, ceño fruncido, cara seca de pocos amigos al principio no dijo nada. Después reflexionó (supuestamente sobre algún problema de física cuántica) y finalmente dijo sentencioso.

-¡Sígame!

La sorprendente respuesta, más que una sugerencia, pareció la orden de un Coronel, y después de tantas vueltas alrededor del Carrefú yo ya no tenía cuerpo como para desobedecer la orden de la superioridad. Así que ahí fui pegadito a la scooter del guía desconocido.

Viendo que el fulano tiraba en el sentido opuesto al que supuestamente se encontraba el Mercadona, y ya que las callejuelas por las que me llevaba el señor de la motillo no inspiraban confianza ni a los primos del célebre Vaquilla, tomé la firme decisión de echar los pestillos del coche. Si me estaban preparando una encerrona para darme un palo en un callejón sin salida yo al menos no se lo pensaba poner tan fácil.

Cuando a punto estaba de girar a la izquierda para darle esquinazo al extraño tipo de la moto, éste giró con su moto a la derecha tomando una amplia avenida que yo ya conocía porque era el camino lógico hacia el Carrefú. Esto vuelve a ser terreno amigo, me dije, así que seguí confiando en él.

El guía-motero se enfadó con un coche que no le cedió el paso (tengo la impresión de que se sentía investido de un especial halo de responsabilidad por la gran labor social de lazarillo que estaba desempeñando y que por eso le molestó sobremanera que no le dieran prioridad de paso). Un giro más a la izquierda cruzando tres carriles de la gran avenida, otro más a la derecha .... y ces´t voila!

-Ahí lo tiene, capitán- dijo con aires de grandeza.

Formidable, absolutamente formidable, soberbio, sublime, magnífico, asombroso. Después de tantas vueltas infructuosas alrededor del Carrefú tratando de localizar el maldito Mercadona, después de pasar una y mil veces por el mismo sitio, después de tantas idas y venidas mareantes, el peculiar Señor de la Scooter, mi ángel de la guarda particular, me había depositado en las mismísimas puertas ..... del Carrefú.

-Gracias, muchas gracias, ha sido usted muy amable.

Después de todo ese periplo ni que decir tiene que terminé haciendo la compra en el Carrefú ¿Para qué ponerse a buscar de nuevo el Mercadona? Estos días, reflexionando sobre el asunto, he llegado a la conclusión de que mi lazarillo motorizado no es más que un mercenario a sueldo del Carrefú que cobra una comisión por cada turista despistado que consiga llevar de regreso al redil del hipermercado francés.... sobre todo teniendo en cuenta que (esto lo supe dos días después) apenas hay 30 metros de distancia entre el Mercadona y la maldita rotonda donde el fulano de la moto me dijo aquello de ....

-¡Sígame!








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27/5/07

JUGANDO A SER

Es el título de la exposición que desde el pasado 24 de abril y hasta el próximo día de San Juan, ofrece el Museo Arqueológico de mi ciudad. Una exposición sobre juguetes y juegos.

De momento apenas le he echado un somero vistazo por encima, sin profundizar demasiado, pero es mi intención regresar y ensimismarme un rato en la contemplación de los viejos juguetes, ampliando cuantos datos me sea posible conseguir.

De cualquier forma, ya que estaba allí -había ido a recoger unas invitaciones- y que llevaba la cámara al cuello, hice algunas fotografías y me dejé arrastrar por los recuerdos. Recuerdos que, como cerezas, iban enlazándose unos con otros a medida que mis ojos recorrían las vitrinas.

Todo empezó con una cancioncilla que sonaba, en el preciso momento en que crucé el dintel, sobre una pantalla blanca que mostraba las evoluciones de unas chiquillas (que pude ser yo misma) al jugar:

Antón, Antón, Antón Perulero
cada cual, cada cual, que atienda su juego
y quién no lo atienda
pagará una prenda...


Fue como retrotraerse de golpe a la infancia. Tal vez alguno de los que lleguen a leer éstas palabras sea muy joven, pero incluso a ellos puede alcanzarles el contenido de esas hornacinas... de todo hay, incluso una "primitiva" PlayStation. Y la mayoría de nosotros, afortunadamente, hemos jugado a una u otra cosa, pues el juego forma parte esencial de la niñez y el aprendizaje.

Tengo una muñeca...

En algún lugar (el Cesto de Cerezas) conté sobre una muñeca de porcelana que, allá en mi niñez, rompió sin pretenderlo uno de mis primos, sufriendo por ello la más cruel de mis venganzas. Era, exactamente, como esa muñeca-bebé, con su camisita y su canesú.

Distintas pero iguales.

Esta curiosa muñeca reversible, formada por una pareja de siamesas, era un magnífico sistema de tener dos por una. Piel clara y piel oscura, la negrita -a los niños las tontunas políticamente correctas no se les ocurren solas. Si la muñeca era negra no se decía afroloquefuera ni norteafricana ni demonios en vinagre, era negrita y punto- con su pollera colorá y su camisa blanca. La blanca, con su falda colorá y su camisa roja. Ambas con su gorrito blanco y con puntillas.

Diábolo

El diábolo era uno de los juguetes más socorridos en tiempos de mis padres. Mi madre lo dominaba casi a ciegas, y sabía hacerlo volar bien alto.

Canicas Jugando a las canicas

No es, precisamente, un juego moderno pero... ¿algún chiquillo NO ha jugado con canicas?

Grilleras. Casitas para la Consciencia

Los niños cazaban grillos... incluso los llegaban a criar en pequeñas jaulas a tal efecto. En China, un grillo es un regalo importante y para estos diminutos cantores se han llegado a fabricar casas historiadísimas.

Caballito de cartón Trenes, coches, aviones... la Edad del Motor

Del caballito de cartón, al caballo de hierro, el coche y el avión.


Dioramas Cibernéticos: Ha llegado la Play

De los dioramas -primeros esbozos de fotografía y cine- a las consolas...

Juguetes mecánicos El Meccano. Construyendo el mundo

De los minúsculos autómatas, al casi infinito Meccano...


Y, siempre, siempre, abriendo ventanas a la imaginación, las historias, los cuentos, las primeras letras, los tebeos... un mundo de aventuras y de magia.

Por algo se empieza



Disfruté en el Museo -siempre lo hago- y volveré, a empaparme de aquella niñez que una vez fue mía, y ahora bulle alrededor, jugando con otros juguetes que, mañana, también serán historia. A fin de cuentas los juguetes también son, como tantas otras cosas que rozan nuestras vidas, Cultura.

ALAMAR, DUO SHIRABE

Sin desmerecer otros eventos- resultó ser, la noche del viernes, uno de los mejores ratos en estas últimas semanas.

Son apenas las nueve de una noche tibia de mayo, viernes por más señas. Almería, mi ciudad, está estos días particularmente activa y algo agitada por tanta celebración junta. Apenas terminada la Feria del Caballo, en plena efervescencia electoral municipal –esta noche son las “fiestas” de cierre de campaña-, con la clausura –también esta noche- del Festival de Cortos, en el que hemos tenido como invitada muy especial a Faye Dunaway, con varios ciclos musicales abiertos, llena de bodas –Mayo es, como junio, un mes muy escogido para tales eventos- y algunas comuniones, aunque esas sean más propias de sábados o domingos por la mañana. Y además, con la primavera burbujeando en todas las venas adolescentes y menos adolescentes.

En tejanos y camiseta, cámara en ristre y sin más bolso que los bolsillos del pantalón, que se suponen suficientes para llevar un par de euros (por si acaso), un juego de pilas para la cámara y el móvil, cruzo la ciudad hasta llegar a la Iglesia de San Juan, que fuera antigua mezquita principal en los tiempos de los tiempos. Pero hoy mi destino no es la Iglesia, sino el Patio de los Naranjos que está justo enfrente, en el interior de la Delegación de Defensa y al que, por supuesto, el acceso suele estar habitualmente vedado.

Cuando llego, apenas hay nadie y la guardia de puerta –no militar, sino un servicio especial de seguridad, específico para controlar los accesos en este evento- me indica amablemente que no se puede entrar hasta las nueve y media y que recuerde que para hacerlo es imprescindible que lleve mi documentación (DNI o pasaporte). Como por ésta vez mi servicio de información y mi memoria se han comportado decentemente y voy pertrechada con la tarjetita de marras, deambulo un rato por la zona mientras cae el crepúsculo. Justo al ponerse el sol, al otro lado de la puerta entreabierta puedo ver la ceremonia (parte) de bajada de bandera, que tiene lugar diariamente al llegar esta hora. Saco alguna foto que, para variar, sale movida, mientras aguardo con paciencia que me permitan el acceso.

Arriada de bandera - Delegación de Defensa

Tras una ligera ojeada al DNI –no debo parecer muy sospechosa- me abren paso hacia el fondo, a la derecha.

El Patio de los Naranjos (nada que ver con el cordobés) es un espacio rectangular, porticado en su perímetro por columnas y arcos que las enlazan. Bajo los arcos, los muros alicatados a los que se asoman ventanas como ojos, tienen un claro aire de patio andaluz. Cuatro arcos, con sus correspondientes columnas, conforman los dos laterales más cortos, ocho los largos; de techo, el cielo intensamente azul del crepúsculo y, dominando el panorama, la Alcazaba asomada sobre el lienzo norte, y la media luna creciente, brillante esta noche como una joya blanca, sobre el lienzo sur. Frente al arco principal, un jazminero exhala un perfume intenso mientras, rodeando el patio, se alzan como guardianes una veintena de árboles que, pese a lo que uno pudiera pensar, y dado el nombre, no son naranjos, sino limoneros. Verdes, intensos, con sus pequeños frutos apretados y todavía verdes empezando a convertirse en pequeños soles amarillos.

Patio de los Naranjos - Delegación de Defensa Vista de la Alcazaba desde el Patio de los Naranjos

Poco a poco la oscuridad va ganando terreno mientras un público variopinto va llenando todas las localidades y arracimándose en la periferia, sentados bajo el porche o por los suelos.

Vale con unas cuantas sillas

Hoy actúa el Duo Shirabe. Shirabe puede traducirse por “Melodía”. La pareja está formada por Yoshie Sakai, una japonesa de aspecto menudo, sonriente y tranquilo, maestra de koto, shamishen y jiuta, que reside en Madrid desde 1981 y Horacio Curti, bonaerense (aunque ahora reside en Barcelona), alto y joven, que iniciara su carrera musical como saxofonista y es, desde 2004, maestro shihan de shakuhachi, la antiquísima flauta de bambú.

Me entusiasma poder conocer en directo una música de tierras tan lejanas. Así que intento acomodarme en la silla de tijera –atrozmente atroz- y espero que todo comience.

El programa está dividido en tres partes. En la primera, Horacio actúa solo, desarrollando tres piezas para shakuhachi. Su indumentaria es de estilo japonés, azul noche y blanca. Las luces del escenario le bañan de reflejos igualmente blancoazulados, curiosamente contrastando con el masculino yang, lleno de fuego, Horacio queda iluminado, frío y brillante como una hoja de katana.

El shakuhachi es una flauta de bambú, del cual se pueden observar las raíces en su parte inferior, mientras que en la parte superior está cortada en ángulo, formando así la embocadura. Tiene cinco agujeros –cuatro al frente y uno en la parte posterior- y al ser soplado produce una escala de cinco sonidos, que puede parecer escasa pero, combinados en una serie de técnicas especiales, permiten una gama amplísima de sonidos donde el timbre es el elemento básico. Resulta muy curioso y es difícil de comprender, aunque lamentablemente no podré mostrároslo, la manera en que Horacio consigue con un instrumento, en principio tan simple, llegar a nuestros oídos desde dos sonidos simultáneos completamente distintos. Esto se acentúa en la última de las piezas que nos ofrece en solitario: Tsuru no sugomori (Las grullas en su nido), donde el shakuhachi está sonando a un tiempo con timbre grave y agudo, como si fueran dos flautas en lugar de una sola.

Este instrumento entró en Japón desde China, y alcanzó sus características actuales allá por los s. XV y XVI, cuando un grupo de monjes komuso (budistas zen) lo agregaron a la tradicional meditación de Za Zen (zen sentado), como una práctica a la que dieron por nombre Sui Zen (zen soplado) en la que cada monje meditaba no al escuchar, sino al emitir un sonido soplado en la flauta. Era, por tanto, considerado un instrumento religioso y no musical. Más tarde, cuando los monjes desaparecieron, los sonidos fueron recuperados como música y transmitidos bajo la denominación de Honkyoku (música fundamental).

La segunda parte son tres piezas ejecutadas por Yoshi en su pequeño-no-tan-pequeño “dragón”. ¿Por qué “dragón”? Les cuento: parece ser, y así nos lo cuenta Yoshie, que los chinos comparaban el koto con un dragón, por su forma alargada, y cada parte del instrumento se denomina con la correspondiente de tal animal mitológico (cabeza, cuerno, cuerpo, patas, etc.). En la pieza que ven en la imagen, el hocico o boca del dragón sería el extremo forrado en seda roja con flores bordadas, y los puentes de marfil que tensan las cuerdas serían la cresta del lomo, por ponerles algunos ejemplos. Tal vez por eso, la luz que ilumina a Yoshie sea roja, cálida, dorada como su propia túnica. Toda fuego. Cereza roja sobre baldosas blancas... y fondo oscuro.

Koto - Arpa japonesa

El koto, o arpa japonesa, era inicialmente (antes del s. VIII) un instrumento pequeño –un metro, aproximadamente- y portátil, de cinco cuerdas, al que llamaban wagon y que no solo era considerado un instrumento musical, sino que se utilizaba como un elemento sagrado en las ceremonias religiosas. Durante el periodo Nara (s. VIII) le añadieron una sexta cuerda y, poco a poco, varias más, hasta alcanzar las trece del gakuso (inspirado en el koto chino o cheng. Según se toque, el koto varía su sonido, pudiendo parecerse a un arpa, o a una guitarra, por ejemplo.

Sakura Sakura (Flor de cerezo) en los hábiles dedos de Yoshie, deja a la audiencia boquiabierta. Es una hermosísima melodía muy popular en su país, que te hace soñar con un paisaje casi irreal. La siguiente pieza fue dedicada especialmente a la ciudad y al espacio en el que nos encontrábamos. Su título, Kojo no tsuki, (en castellano La Luna sobre el Castillo en Ruinas) la hacía muy adecuada hallándonos, tal como mencionó Yoshie, bajo la luz de la luna, al pie de un castillo amurallado, disfrutando la belleza de la noche y la música ancestral, como en tiempos lo hicieran los hoy desaparecidos samurais.



(Fragmento de Sakura)



(Fragmento de Kojo no tsuki)

Finalmente, una pieza contemporánea cerró su solo. Por lo visto la intérprete se sintió un poco “impelida” a incorporar esta pieza al programa, siguiendo un golpe de viento... perdón de inspiración momentánea. Al llegar al aeropuerto del Alquián, la había recibido uno de nuestros más insignes ciudadanos y convecinos: El Viento. Un ventarrón de esos que te zarandean, y que llevaba todo el día levantando faldas por la ciudad. Así pues, Yoshie decidió hacerle caso y tocar, esta noche Kaze ni kike (Pregunta al viento), a ver si el lebeche le daba alguna respuesta.

El concierto acabó en una pieza a duo y un bis, que el público exigió a gritos. La pieza a dúo fue Kusa no yume (El sueño de una planta), y podeis escuchar un fragmento a continuación.



(Fragmento de Kusa no yume)

*Al final de este post hay una repetición de esta pieza, conseguida por alguien que asistió, como yo, al concierto, pero tuvo más habilidad, mejor ángulo y más "metros" de grabación.

El bis... se quedó fuera de toda posibilidad de la cámara. Sigo sin saber como reducir la calidad y ampliar la duración de la tarjeta. Cinco minutos son 500 Mb que, además, no hay dios que suba al Tube.

Espero que os haya gustado como a mí me gustó. Grabarlo y hacer las fotos fue como llevaros a mi lado.

La Alcazaba, iluminada, corona el Patio


Kusa no yume (Sueño de una planta).



En YouTube, por Samimi85




Toda la información sobre los instrumentos está incluida en el programa del Festival, o fue proporcionada de primera mano por ambos artistas, si bien tanto Yoshie como Horacio tienen sus propias –y muy interesantes- páginas web, donde está todo ello muchísimo más detallado todavía, donde incluso podeis escuchar alguna de las piezas.

http://www.spainnetwork.com/yoshie/shirabe.html

LUTHIER, DANDO CUERPO A LA MÚSICA




Existen todavía -y esperemos que perduren- en nuestro pequeño mundo, oficios que, más que una forma de ganarse el pan, son una forma de vivir, de sentir, de dar forma a nuestras pasiones, a nuestra mirada sobre el espíritu y lo que lo hace vibrar, aún en las cosas más sencillas y cotidianas. Oficios artesanales, de útiles hechos con mimo y cariño, creados con la belleza sencilla que les da el cuidado, el tacto, el aliento de vida soplado de uno en uno, y no en cadenas de montaje.

Ese es, sin duda, el caso de los luthiers, que crean y reparan instrumentos de cuerda. El caso de Juan Miguel González Morales, uno de los diez nombres más representativos hoy en día en nuestro país, en lo que se refiere a la creación de guitarra clásica española (flamenco o concierto, que ambas salen de sus hábiles manos).

Juan Miguel González dió la otra noche una -corta, demasiado corta- conferencia acerca de "Como se construye una guitarra" en los Aljibes Árabes, a la que tuve el placer de asistir.

Este hombre, sencillo, nació en Almería en 1947, muy cerquita de donde yo vivo -en la Rambla Amatisteros-, y aprendió el oficio de su padre, Miguel González, quien a su vez lo aprendió de los Hermanos Moya, contemporáneos de don Antonio de Torres Jurado, también almeriense (Cañada de San Urbano, a pocos kilómetros del corazón de la ciudad, justo donde hoy vive Juan Miguel González) y padre de la guitarra clásica moderna, equiparable al arte de Stradivarius respecto al violín. De las manos de Torres -que así le llaman los entendidos- surgieron guitarras cuyas cuerdas puntearon grandes nombres, como Tárrega o Llobet.

Empezó Juan Miguel muy temprano en el oficio, ayudando a su padre cuando contaba apenas nueve años. Hoy, a vueltas con los sesenta, es su hijo quien colabora con él.

¿Y qué sabemos de la guitarra, como nació y cómo se construye?. Poco más o menos, algo así:

El primer instrumento de cuerda con mástil fue árabe, y ellos fueron quienes lo introdujeron en España, donde evolucionó de acuerdo al lugar, incluso en el nombre: La femenina ud acabó derivando, por fusión, en el masculino laúd.

Es aquí, en la península, donde Gaspar Sanz compone la "Instrucción de música sobre la guitarra española", allá en las postrimerías del s. XVII. Antes de eso había guitarras de nueve cuerdas, una simple y cuatro órdenes (o pares). A diferencia de las guitarras construidas en otros países europeos, sobrecargadas de adornos e incrustaciones, la guitarra española se construía para ser tocada y se hizo tan popular que el capellán de Felipe II, Sebastián de Covarrubias, llegó a decir que "la guitarra no vale más que un cencerro, pues es tan fácil de tocar que no existe campesino que no sea guitarrista".

A finales del s. XVIII y principios del XIX a las guitarras se les añaden barras de refuerzo bajo la tapa armónica. Se añaden -al igual que hoy en día- para reforzar la estructura y permitir que la tapa fuese más delgada, obteniendo así una mejor distribución del sonido. Se refuerza también el mástil, utilizando ébano o palisandro, y se incorporan clavijas metálicas en lugar de las de madera para afinar las cuerdas. El trastero elevado, que se incorpora a petición de Luigi Legnani, para interpretar a Paganini, es uno de los avances más significativos, pues antes las cuerdas quedaban demasiado lejos de la tapa armónica y había que apoyar uno de los dedos de la mano derecha para que sirviera de soporte a los demás.

A mediados del s. XIX la guitarra recibe el más importante desarrollo desde sus comienzos, y ésta aportación le llega desde Torres. Las siete varas (o varetas) finísimas, extendidas en abanico, bajo la tapa armónica, el aumento de tamaño de la caja y el ancho del mástil. Será José Ramírez quien, junto al guitarrista Narciso Yepes, le agregue cuatro cuerdas más (diez, en total) para los graves, sobre un mástil más ancho y con más trastes que le permiten ampliar la gama sonora de la mano izquierda.

Lo fundamental en una guitarra -nos cuenta Juan Miguel- es la tapa armónica. De ella dependerá el sonido, y de la calidad de su madera y del trabajo que con ella se realice dependerá una respuesta del instrumento más o menos rápida.

La tapa se construye en dos piezas, en cuyo centro va la roseta -o boquilla- que, en el caso de las guitarras de Juan Miguel, es de madera de palosanto y va adornada con un cordón de plata. El interior de la tapa se refuerza, para darle solidez, con unas barras, y se completa con el abanico de siete varetas (aunque hay alguna excepción, según el uso que se vaya a dar al instrumento). El mástil se fabrica en cedro hondureño, con una tira de ébano -más resistente que el ciprés o pinoabeto que se utiliza para la tapa- de 1 cm de espesor, para el diapasón, de modo que no cedan las cuerdas. La funda -o suelo- en dos partes con tira central, que impide que se abra, el puente -con su espacio para el "hueso" ya marcado y el costado con la hendidura preparada para los aros que, conformados con humedad, calor y presión, servirán para darle solidez. El cuerpo de la guitarra se une mediante una hilera continua de peones, pequeños tacos trapezoidales de madera que van encajados unos junto a otros. Nos explica el maestro que se utilizan peones, en lugar de una tira continua, porque la segunda, si se levanta en algún punto, se lleva por delante toda la sujección, mientras que el daño en un solo peón no afecta -o no debería- afectar al resto.

Se marcan y colocan los trastes en el mástil. Finalmente, las piezas reciben cuatro manos de lijado, de más grueso a más fino, para desbastar, afinar asperezas -que afectarían al sonido- y limpiar los poros. Después, en la tapa de la guitarra, justo en la zona donde se va a colocar el puente, se marca una red de ranuras, donde se encolará el mismo. Estas ranuras tienen por objeto provocar que, en caso de que el puente salte, lo haga solo, evitando así daños mayores a la tapa. Veinticuatro horas después, cuando la cola haya secado, se procede a colocar dos cuerdas-guía para delimitar la zona del diapasón y a frotar con piedra pómez para unificar el poro, antes de barnizar.

La guitarra se barniza no solo por el exterior, sino también en el interior, cubriendo el fondo de goma laca y yema de huevo, a fin de que el sonido vibre adecuadamente.

La guitarra, al contrario del violín que suena sin necesidad de presión interna, por el frotado del arco, necesita una presión en la caja que le brinde al sonido su especial textura, por lo tanto, son esenciales el grueso de la madera, un ensamblaje perfecto y una no menos perfecta "estanqueidad", sin fisuras . El grosor de la tapa o el ancho del instrumento variarán en función del uso. La guitarra de concierto es más ancha de caja, y lleva veinte trastes, pues existe alguna pieza musical que lo precisa. La de flamenco es más estrecha, y se procura que la tapa sea más débil, para evitar que se "coma" al cantaor.

Un luthier distingue sus criaturas por la vista, obviamente, pues cada uno tiene sus propias marcas de fábrica -roseta y cabeza tienen diseños particulares-, sin embargo, no es nada extraño que sean capaces de distinguirlas, también, solo escuchándolas. Todas y cada una tienen su propia voz.

Las guitarras del maestro González andan en manos de artistas como Tomatito, Juan Francisco Padilla, Norberto Torres, Yamashita y otros muchos, algunas andan por las estepas rusas, y otras por el Far West.

La conferencia estuvo acompañada ¿podía ser de otro modo? por el sonido de una de las criaturas del guitarrero, en las manos de Jesús Fernández, joven, pero con todo el futuro entre los dedos. Os dejo aquí, para que podais disfrutarlas como yo lo hice, sus dos intervenciones -recortadas en dos piezas cada una-. Las dos primeras por Tarantas, las dos segundas por Bulerías.









El maestro González tiene su página -como no, en los tiempos que corren- en Internet, donde podeis sin duda echar un vistacillo, si os apetece.

http://www.juanmiguelgonzalez.com

UNA EXCURSIÓN LITERARIA. 1

Sábado, 19 de Mayo.

Desde hace un par de semanas tenía comprometida la mañana del sábado. Y me sentía un poco como en los viejos tiempos, cuando en el cole nos llevaban de excursión e íbamos todas con nuestro "cuaderno de campo" para tomar notas.

Supongo que saben, y si no se lo explico ahora, que en lugar de regresar a casa a mediodía para comer, dedico esas dos horas y media bien a irme a la playa y tomarme cerveza y tapas al sol que me caliente, bien a tomarme la tapa y meterme en la Biblioteca, que me pilla muy cerquita de la oficina, es lugar tranquilo, tiene calefacción en invierno, aire acondicionado en verano y libros, muchos, muchos, muchos libros.

Pues bien, la Biblioteca Pública Francisco Villaespesa, central y principal de todas las almerienses, tiene desde hace un tiempo una directora que vale su peso en oro. Porque está encariñada con "su" centro y se preocupa de ponerla en valor. Carmen Méndez -que ese es su nombre- es una mujer joven y atrevida, que sólo necesita darle nombre a un día para convertirlo en una actividad, sobre todo y ante todo dirigida a los pequeños lectores, pero también para los adultos.

El "programa especial" del sábado consistía en una visita a Almería, haciendo un esfuerzo de imaginación y tratando de verla como la vieron los aventureros viajeros de principios del XIX. La Almería "romántica", por decirlo de alguna forma. Por supuesto, esa Almería no se parecía en nada a la que iban a pisar nuestros pies pero, de cualquier modo, nos encanta jugar bajo el sol e imaginarnos convertidos en seres de otro tiempo.

Jose Domingo Lentisco Puche, velezano -al parecer, porque "apenas" lo repitió veinte o treinta veces durante el trayecto- afincado en Almería, bibliotecario de la UNED y documentalista en sus ratos libres, nos recibe en la Alcazaba, donde comenzamos la gira. Charo, monitora en la Biblioteca, es el lazo de unión administrativo. Cuando llego, la última -nomelopuedocreer- y echando el bofe, trepamos por la sinuosa rampa hasta atravesar la puerta de la Justicia y nos adentramos en los jardines, donde el gran lilo empieza a mostrar su carga de flores y las rosas están en todo su esplendor. Acomodados alrededor de la fuente octogonal, Jose Domingo empieza a contarnos lo que veía el viajero, es decir: un montón de ruinas -la rehabilitación de la Alcazaba no se emprendió hasta bien avanzada la mitad del s. XX, en tiempos de Franco-, una plaza de mercado, un incipiente Paseo -entonces conocido como Boulevard del Príncipe- y algo parecido al simulacro de un puerto, alrededor del cual se arracimaban las casitas como dados blancos.

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En cualquier caso, Jose Domingo nos deja claro desde el primer momento que es necesario conocer quién escribe en cada caso para poder situarse correctamente. El viaje no es -ni puede ser- objetivo, puesto que lo que cuenta el viajero es siempre su propia experiencia, su punto de vista, y este varía mucho en función de su origen, del motivo por el que viaja y de sus propios prejuicios aparte, por supuesto, de las incidencias que un viaje de esas características pueda presentar.

En el periodo comprendido entre finales del XVIII y principios del XIX, Europa es una zona convulsa, donde la revolución -tanto la social como la industrial- ha puesto patas arriba todo un estilo de vida y zarandeado muchas cosas. Muchos viajeros son escritores, y otros políticos, o militares. Del mismo modo que en siglos anteriores se sintieron atraídos por Oriente, ahora siguen buscando lo éxotico y lejano y, como la lejanía no es necesariamente una cuestión de distancia, sino de desconocimiento, España les parecía de lo más exótico. Sobre todo y ante todo Andalucía, que venía a ser a sus ojos simplemente un pedazo de África implantado en el borde sur del continente europeo; aspecto este que venimos arrastrando desde entonces si bien, geográficamente hablando y en determinadas zonas, como puede ser el caso de Almería, el parecido era importante.

Rousseau, Cook, Didier, Rossmeller, Garzolini, Alarcón y muchos otros, retrataron imperfectamente el mundo que recorrían. Imperfecto, sí, pero a sus ojos absolutamente real. Charles Didier, por ejemplo, francés, en época napoleónica -no olvidemos que estamos en mil ochocientos y poco, y España acaba de enfrentarse a l'Empereur en más de un levantamiento- y recorriendo un territorio áspero y que le recibe con hostilidad, difícilmente puede escribir alabanzas del país. Para él, las mujeres son espantosas, los hombres semi-salvajes y el país, en suma, un absoluto desastre.

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Ana (¿?... estas malditas lagunas en mi memoria), campesina de la época, nos acompañó durante todo el recorrido, vestida como se puede ver con las prendas que usaba la gente de su clase, y contándonos aquí o allá las cosas de su tiempo, y de los señoritos extranjeros -y nacionales- que por allí pasaron.




De momento dejo el relato aquí, y lo iré recuperando para completarlo con más comentarios y fotos, porque fue largo y tiene mucho para contar.

Alamar, al ritmo de los grandes tambores.


DULSORI inauguró hace unos días la octava edición de ALAMAR. Y... ¿qué es ALAMAR?

Alamar es un festival que recoge usos de las diferentes culturas mediterráneas. Se celebra en esta pequeña ciudad, desde hace ocho años (contando este) y tiene lugar en primavera. Esta edición del 14 de Mayo al 27 de Junio.

Este año el festival amplía su campo hacia el Este, incluyendo un buen número de actuaciones de países asiáticos, como ha sido el caso de Corea del Sur. Nueve países (Corea, China, Japón, India, Guinea Bissau, Sudán, Mali y España) y una quincena de espectáculos (nueve conciertos de música, un espectáculo de danza, una obra de teatro, dos proyecciones cinematográficas, un encuentro literario y una exposición del grupo de videoartistas italiano Masbedo y el escritor francés Michel Houllebecq) conforman esta edición.

El programa -que podréis seguir conmigo, si así lo deseais, en la medida que yo misma pueda seguirlo- es el siguiente:

Todos los conciertos, excepto uno, empiezan a las diez de la noche. Tendrán lugar en la Plaza de la Catedral, el Patio de los Naranjos (Delegación de Defensa) y el Anfiteatro de la Rambla.

El sábado empezó con Dulsori (Corea), en la Plaza de la Catedral.

El próximo concierto tendrá lugar en el mismo espacio y a la misma hora, el jueves día 17 de Mayo. Serán los Monjes Tibetanos de Tashi Lhunpo quienes nos acerquen a sus tradiciones.

El viernes, 25 de mayo, en el Patio de los Naranjos y también a las diez de la noche, el Duo Shirabe, de Japón, ofrece un concierto de música tradicional japonesa a base de koto (instrumento cuadrangular de madera, con 13 cuerdas) y sakuhachi (flauta de bambú)

El viernes, 1 de junio, también en el Patio de los Naranjos y a las diez, el grupo español Correlimos (bossa, folk, flamenco y rock).

El viernes, 8 de junio, a las diez, en el Anfiteatro de la Rambla (junto a mi casa) Eneida Marta, cantante nacida en Guinea Bissau, nos acerca la voz de su tierra.

El sábado, 16 de junio, a las diez, también en el Anfiteatro, actúa la sudanesa Rasha, mezcla de misterio, sensualidad, tradición y actualidad de ese país inmenso y asolado que es Sudán.

El miércoles, 20 de junio, a las diez y en el anfiteatro, llegan los Tuareg. Los "hombres azules" procedentes de Tinariwen (Mali), para arrastrarnos a un oasis tras una duna de arena, límite entre el mundo del artista y el mundo del guerrero.

El Jueves, 21 de junio, a las ocho y media de la tarde -y más me vale correr si quiero alcanzarlo- en el Anfiteatro la Banda Municipal de Música de Almería interpretará Danzas Hebreas, Judías y Andalusíes.

El Miércoles, 27 de junio, a las diez, en el Anfiteatro, Nekvan ("Loco por la música") nos trae una rara fusión nepalí de blues y rock... que ya veremos por donde salimos.

El jueves, 24 de Mayo, en el Auditorio Municipal, el Ballet de Víctor Ullate presenta "Samsara". Dudo muchísimo -y no sabeis cómo lo lamento- quepueda traer ni una mijita. Las entradas, que deben estar vendidas más que de sobras, son de pago... - Samsara, según cuenta el programa del Festival, es una abstracción sensorial que permite, a través de la música y la danza, trasladarse a los lugares de donde procede el repertorio musical que lo conforma: Egipto, Irán, India, Nepal, China, Japón…

El viernes, 15 de junio, a las diez de la noche, en el Auditorio Municipal, la obra de teatro "Un Picasso", con José Sacristán y Ana Labordeta. La obra parte de un hecho real: la detención de Picasso durante la ocupación nazi de París, por los alemanes, para ser interrogado por una funcionaria del Ministerio de Cultura y certificar que tres de sus cuadros son auténticos.

Lo siento... más de lo mismo, este también es "de pago".

El martes, 5 de junio, a las diez de la noche en el Teatro Cervantes, Cine: KLIMT.

El miércoles, 6 de junio, en el mismo lugar a la misma hora: AZUR ET ASMA.

Grabar videos de películas... no ¿verdad?

El lunes, 11 de junio, a las ocho y media de la tarde en el Aula de Cultura de Unicaja: El Mediterráneo y las Artes. Conferencia a cargo de Abraham Lacalle, pintor almeriense, José María Micó, poeta, filólogo y traductor, especializado en los clásicos de los Siglos de Oro y el Renacimiento italiano y profesor de Literatura en la Universidad Pompeu Fabra, y Carlos de Paz, fotógrafo madrileño residente en Almería desde hace años.

Asistir, asistiré... pero no creo que traiga reportaje gráfico.

Del 15 de Mayo al 24 de Junio, en el Centro de Arte Museo de Almería, exposición "Seguir vivo", que recopila los trabajos del grupo de videoartistas italianos Masbedo (Niccoló Massazza y Jacopo Bedogni) en colaboración con el literato francés Michel Houllebecq.


Y eso será todo, salpicado con alguna cosilla más que me encuentre por el camino. Como vereis, tengo para entretenerme un ratico, sin perjudicarme el bolsillo en exceso. Traeré por aquí todo cuanto pueda.

Empezamos, pues, con Dulsori.

ALAMAR, el festival de músicas étnicas que tiene lugar cada año en la ciudad, como fondo musical a las fiestas -que no son- de San Indalecio, patrón de la ciudad.

A las diez, primero muy suavemente y enseguida enfebreciendo, el latido acompasado de los tambores surcoreanos de Dulsori comenzó a golpear, como un solo corazón. Los seis músicos -cinco mujeres y un varón- batieron con energía los cueros, campanas y gongs, haciendo vibrar de paso al público que les acompañaba, hasta sumarlos a la fiesta en una danza febril, de palmas y bullicio. Además de tomar alguna foto, como la que encabeza este post, grabé algún video.

HOIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII YAAAAAAAAAAAAAA!

Vamos allá con el primero...



HOIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII YAAAAAAAAAAAAAA!

... y los segundos finales -de mi cámara, claro- la fiesta continuó.



*Dulsori significa, literalmente, "el latido salvaje".

24/4/07

Derribando al gigante

Aunque se atisba en lontananza alguna notable excepción, el perfil de esta ciudad es todavía, básicamente, horizontal. Los grandes bloques de pisos no suelen rebasar la docena de plantas -lo más habitual es entre siete y diez- y no se apelotonan unos contra otros, ni siquiera en primera línea de playa. Disponen de interludios diáfanos, ya sean pequeñas plazas, parques o, sencillamente, edificios de porte más bajo, de dos o tres alturas. Eso permite que la ciudad "respire", que corra el aire -y no vean si corre, a veces, que se las pela- hasta los cerros vírgenes que rodean la plaza, ocres, apenas recubiertos por la pelusa verde de matorral.

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Una sola construcción, al extremo oriental de la playa del Zapillo, más allá de la Térmica, aislada en su verticalidad, rompe ese molde. Marcando el límite entre el Paseo Marítimo y el Paseo de Ribera, donde el Zapillo dejó de ser Zapillo para cruzar el seco cauce del Andarax y convertirse en Costacabana, Retamar y El Toyo, se alza un edificio singular, una torre de 13 plantas que, en su día, se levantó como hotel, antes de pasar a ser residencia de ancianos, cuyos balconcillos breves miran al sur, en dirección a Melilla y Orán.

A esos balcones se asomaban los ojos cansados y viejos de algo más de un centenar de jubilados, a llenarse de luz y caldearse de sol. Les quedaba, en su vejez, un apartamento con vistas al mar, un mar que les cantaba nanas en esas noches de insomnios asustados que son las noches de mucha gente mayor, sin la certeza de llegar a despertar.

Así ha sido hasta el otoño pasado, cuando los abuelos fueron trasladados a Ballesol, la residencia que, cerca de mi casa, da la espalda al mar y mira hacia los cerros desérticos, en una desafortunada alegoría. Se han quedado sin el azul, sin las nanas y sin la brisa suave y cargada de sal, sin estar muy seguros de poder regresar algún día.

Hoy, la residencia ha perdido sus balcones, desgarrados a zarpazos por una uña inclemente y gigantesca que llegó, mercenaria, de algún lugar lejano, y empinada sobre una montaña de cascotes se afana en ir abriendo cicatrices en el lomo del hormigón. Pronto no quedará sino el recuerdo. Una imagen desvaída que se irá difuminando en la memoria de los viejos y en nuestras pupilas. Una fotografía virada a sepia. Dicen, y esperamos que sea cierto, que este derribo, que obedece a razones prácticas y de estética*, es el paso previo para levantar un edificio mucho más adecuado, que no agreda tanto el horizonte del paseo y que sea mucho más cómodo para más ancianos. Me gustaría pensar que eso va a ser verdad.

Mientras tanto, en El Ejido, unos cuantos kilómetros hacia poniente, las gruas van levantando poco a poco la que ha de ser la torre más alta, no ya de la región, sino de la comunidad autónoma: Torrelaguna, una torre de treinta plantas con todos los adelantos de la domótica. Y en Roquetas de Mar se abre paso, lentamente, un proyecto que contempla tres torres escalonadas, de doce, dieciocho y veinticuatro plantas.

Pero esas no serán para que nuestros abuelos se duerman escuchando su mar, ni les despierte un día más el alba tranquila asomándose a su ventana.

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*realmente el edificio es feo, y aislado como está, destaca del entorno una barbaridad. La única pega es pensar que algún espabilado -aquí gastamos de eso, como en cualquier otro punto de la geografía patria- decida que, ya que han tirado la residencia, van a aprovechar el suelo para volver a levantar "un hotelito" y los yayos que se queden donde están, que a esas edades la playa ya no se disfruta tanto.

La Milla Verde

La mayor parte son viejos añosos, más gruesos que yo y, por supuesto, bastante más talluditos. Se alinean en imperfecta formación al borde de la calzada, apenas separados tres o cuatro metros uno de otro; la distancia justa para que no se estorben pero puedan rozarse.

Desde la Puerta Purchena al Paseo de la Caridad, calle arriba, son ciento quince repartidos desigualmente entre levante y poniente. Hasta la puerta de mi casa, ciento ocho. Me saludan cada mañana y cada tarde, cuando paso a su lado, agitando sus verdes pelucas en un susurro cantarín coreado por el alboroto de los pájaros. Cuidan de mí, y de todos aquellos que recorren la calle.

Pero he mentido. Ya no son ciento quince, ni ciento ocho. Desde el lunes a hoy, han contemplado con la quietud inevitable de reos encadenados en sus alcorques, que no pueden fugarse, la muerte de treinta y cinco de ellos. Todos están condenados a caer, primero mutilados hasta dejarlos convertidos en muñones, luego arrancados de raíz, bajo las motosierras de las cuadrillas. Fuera nidos y pájaros, fuera la verde primavera que ya intuye su savia, su tronco y sus raíces, y no verán florecer. Ese es el agradecimiento por los años resguardando las cabezas de los viandantes del despiadado sol del mediodía, años limpiando el aire, años albergando nidos, que ahora quedan desamparados. Los pájaros se han quedado sin piso donde anidar esta primavera, muda.

No estaban enfermos, sus ramas crecían frondosas, salpicadas de pequeñas flores como capuchas de duendes, más tarde vainas. Pero alguien, en el Ayuntamiento, ha decidido que son "árboles sucios". Y ya no se han parado a pensar que están vivos, que dan sombra, que cobijan vida, que son fuertes y los gamberros no lo tienen fácil para echarlos abajo. Así que una partida presupuestaria -que bien podría haberse dedicado a otra cosa- se ha gastado en comprar plantones jóvenes de naranjos amargos, escuálidos y frágiles, de apenas un metro y medio de altura, que van ocupando uno a uno los alcorques de los viejos braquiquitos, sosteniéndose en dos muletas más gruesas que ellos mismos, y que tardarán años en dar algo de sombra... si es que consiguen sobrevivir al humo, las plagas y los vándalos, que de todo sobra y a todo están expuestos.

Naranjos amargos, pues. Amargos como la muerte de los viejos guardianes, serán los que nos acompañen a padecer las solanas brutales del verano, huérfanos como nosotros de sombra, cobijo o clemencia. Mientras tanto, impávidos, los viejos árboles van muriendo de pie.

Hoy, mientras regresaba a casa bajo un vendaval que apenas me permitía dar un paso, hendiendo con el bauprés el viento que se precipitaba por la calle abajo, rabioso, aullando entre las ramas de los sentenciados, casi me pareció oír en el áspero susurro de sus hojas su triste despedida. Aymé, aymé... -decían- no nos veremos más, pequeña bruja. Guarda tú la memoria de nuestra savia vieja.

Calle Calvario 0021


Si supiera de quien ha sido la idea "original" le podaba los huevos con la motosierra, y a otra cosa, mariposa.

Viernes, Primavera, Almería... ¿se puede pedir más?

Hoy el cielo no estaba tan azul como ayer. Hebras blancas, de nubes desgarradas, le daban un tinte pálido. A cambio ha hecho mucho más calor... o tal vez fuera que yo no llevaba mi camiseta de tirantes, sino un jersey de manga corta.

La gente en la playa se multiplica, se hace evidente el viernes, el preludio del gozo. El mar centellea plácido y, en la mesa próxima, dos jóvenes italianas charlan casi adormiladas bajo el sol, mientras algo más atrás una vibrante voz de barítono canturrea "ti voglio bene" con evidentes intenciones de pescar doradas.

Atravesando el paseo, casi a trompicones, un bebé corre inestable desde los brazos de su abuela hasta los de su madre, que regresa del trabajo por un camino embaldosado de luz. En la arena, los adolescentes juegan con las palas, en la mar, los chiquillos brincan en el levísimo oleaje.

Bicicletas, carritos, patines, paseos reposados. Nadie parece tener prisa, salvo las palomas que hacen carreras de este a oeste de la linea de mar, por el puro placer de volar.

Este es un lugar hermoso... o tal vez no. Tal vez se trate simplemente de que yo estoy enamorada. Tal vez su hermosura sea la forma en que se derrama desde mis ojos ese sentimiento que me deja la caricia de esta tierra, de este viento, de este mar.

Cerveza y cherigan de atún pueden parecer escasos como almuerzo -las tapas en la playa son, por añadidura, más escasas que en los lugares habituales- pero no necesito más para recargar: dos cervezas y dos cherigans salen por poco más de tres euros.

El aire ya huele a playa de verano. Es ese aroma peculiar que resulta de la mezcla de la brisa salobre, la arena húmeda, los chiringuitos y los bronceadores. Mañana, sin falta, me llego con el bikini y empiezo a darle color a este cuerpo pálido de invierno, que me está pidiendo guerra.

¿Y la risa? La risa bendita, bendita risa, que resuena por todas partes. Niños y grandes, jugando, disfrutando del regalo de quien sabe qué generosos dioses... o no. Me recargan. Es como si me conectase a una red luminosa que rechazase el gris para empavonarlo de colores, como un arcoiris desordenado y caótico. En la oficina se dan cuenta, igual que advierten la más mínima señal de desaliento o desánimo. En estos días es como si hubieran aprendido ya a leerme en la cara las emociones, aunque ignoren -ni falta que les hace saberlo- qué las provoca.

Luego... de pies al mar. Restauradas las fuerzas se impone la hora del paseo. Sobra tiempo para descalzarse y caminar por la delgada rompiente, donde las caricias en los tobillos se repiten una, y otra, y otra vez.

Res no enguixa tantes esquerdes
com caminar per... la sorra.


(Nada repara tantas grietas
como caminar por... la arena*)

Al borde del agua los pescadores friegan las barcas y llenan los depósitos. Alguno, incluso, empuja ya la barca orilla adentro, tensos los brazos, las piernas musculosas asomando bajo los pantalones enrollados. Un empellón y saltan sobre la borda, mientras el pequeño motor petardea y rebasa el cíngulo de rocas desde donde las gaviotas contemplan el panorama mientras cazan, como al descuido, algún pez despistado.

A las tres y media de la tarde he alcanzado el final del Zapillo y, aunque podría seguir adelante, adentrándome en el Paseo de Ribera -previo un trecho de carretera- debo regresar al trabajo. Doy media vuelta, siempre por la orilla, y descubro ante mí los restos de mis huellas más recientes, hundidos en la arena como una fina hilera de hoyos que se van deshaciendo lavados por la mar. A lo lejos ya no queda ni una sombra. Es casi una metáfora de cómo me siento: Estoy aquí y ahora, soy real, y mis huellas más recientes son lo único que perdura de mí. El pasado ha desaparecido, como si no hubiera venido de ninguna parte, como si hubiera nacido aquí, ahora, al borde de esta bahía azul.

Como un compañero fiel, el mar canta junto a mí, acompañando de paseo de regreso. Nunca podré sentirme totalmente sola mientras tenga ocasión de hundir mis pies en el mar. Porque él lleva las huellas de mi gente, me cuenta sus secretos, me seduce, me engaña, se enfada conmigo, me hace bailar, me coge en brazos, eriza mi cuerpo... mi mar me hace el amor cada vez que le toco.

Es un viernes de Gloria. Un viernes de Almería a boca de primavera.




*En realidad la estrofa dice "nada repara tantas grietas como caminar por la hierba"... pero me he permitido la digresión.

Cabo de Gata II

Dejamos una y nos aventuramos en otra, a cual más salvaje, a cual más abrupta. Triscando como cabras (y no hay cohones de sacar la cámara mientras resuellas) nos vamos adentrando en Cala Chica... que no es tan chica, pero sí muy poco accesible desde tierra, de modo que la frecuenta poca gente.

Como buena zona volcánica en la que andamos, desde el suelo brotan arquitecturas pétreas, como manos de roca intentando subir a tocar el cielo desde las profundidades.



La piedra se desliza, se apila como montones de toallas oscuras, se alza gritando sobre el borde del mar, que le va lamiendo los dedos.







Mientras, allá, en lo alto, donde menos te lo esperas, la vegetación se agarra a lo inasible, forma penachos en mitad de la nada, sobrevive en donde jurarías que no tiene asidero, ni alimento, ni posibilidades... y te larga su mensaje: "Seré un plantajo, pero a ver si tienes tú la mitad de ovarios para sujetarte como me sujeto yo, y salir adelante..."



¡Toma que no...!

De Cala Chica al Barronal, a la yaya le da un yuyu. Esto de las subidas y las bajadas, de mojarse los pies y el culillo, de triscar como si tuviera quince en teniéndolos tres veces, tiene sus consecuencias. Pero como la única alternativa viable es escuernarse siendo portada en angarillas o pedirle socorro al helicóptero de la guardia civil, se repone a trompicones y dice que: "pa chula ella, y pa hostias sus rodillas..." y que llega al Barronal aunque sea reptando sobre el culo.

Y así va, casi a rastras, monte arriba, hasta alcanzar el otro lado del repecho y tirarse, duna abajo, hasta aterrizar en la playa.

Las fotos, evidentemente, cuando ha pasao el disgusto:







Atrás queda el risco, que si nos pasamos un pelo nos gana la partida.



Eso sí, como al bueno de Moisés, lo de la Tierra Prometida se queda apalabrao para otro día. Al fondo, en la distancia, la Playa de Monsul, oculta tras el acantilado del Barronal, y la Vela Blanca, con su torre, se quedarán esperando otra oportunidad.



Pero la mar nos ha dejado estrellas en los ojos, y las gaviotas nos han volado bajo los pies...





... y volveremos. Sin tardar demasiado.



Lo del yuyu de la yaya no fue nada comparado con el peazo susto que se llevó la compañía. Blanquitos como perlas se quedaron algunos... pero no fue nada. Al menos nada que cinco minutos de sentar el culo y reposar no pudiese arreglar.

Claro que no siempre se tienen los cinco minutos a mano. El día que me dé haciendo puenting, o haciendo paracaidismo, no sé yo si voy a venir a contarlo...

Me comenta un amigo que, para él, que es de secano, hay demasiada agua y poco chiringuito donde reparar la sed.

El exceso de agua no es tal. La zona es más bien tirando a desértica y que el sol pica de lo lindo. El agua se agradece. Lo del tasco, en cambio, es otra cosa. Pero... ¿quien se arriesga a montar un chiringuito en mitad del Parque Natural, sin electricidad y teniendo que bajar las barricas y los suministros por esas escorrentías, o a golpe de remo desde la mar?

Que esa es otra: Esas calas suelen ser refugio de piratas. Piratas de los modernos, de los que llegan a golpe de zodiac y patera, con su mercadeo de sustancias idiotizantes y de carne de cañón... lugares abruptos, recónditos, donde poder colarse sin que haya más verde por medio que el verde de los pitacos y las opuntias.

No es sitio, no. Hay que pisarlo de día, y abandonarlo a la oscuridad.

Eso sí, luego alcanza uno otra vez la carreterilla (que queda algo más atrás, arrinconada al otro lado de los cerros) y siempre aparece algún pueblo donde saciar la sed y, lo que es más importante, el hambre. Buen yantar y buen beber: pescaíto fresco, migas, gurullos, olla... en fin. Que no falta tampoco.


Cabo de Gata

Noviembre. Domingo. Sol. No hay mejor momento para aventurarse por las tierras de Cabo de Gata. En verano, Lorenzo es capaz de asesinarte mientras trepas a pie por las laderas ásperas, o atraviesas las dunas, o te hundes en sus calas azules. Pero ahora, en Noviembre, lo que hace es acariciarte y darte ánimos. Un empujoncito hacia la cumbre mientras intentas adivinar una senda entre las rocas y las piedras sueltas que ruedan, loma abajo, cuando las rozan los pies.

Empezamos la mañana en San José, blanco y luminoso bajo el sol otoñal, con un agua azul intenso besando el cuenco de su playa y haciendo oscilar los veleros que veremos después.

Asentado entre Cala Higuera y el Cerro de Enmedio, cruzamos el pueblo para desayunar en una tasquilla, antes de colarnos por la carretera que nos conducirá rumbo al Sur, hacia el Cerro del Avemaría y la Playa de Los Genoveses, bordeada de pinares, palmitos, pitacos y nopales, pasando junto al viejo molino (ahora en etapa de restauración) y desde donde abandonaremos la carretera para dedicarnos a trepar, como cabras, y acabar metiendo los pies en las aguas de alguna cala chica, engastada como un ágata en su corona de rocas.

San José - Cabo de Gata-Níjar
San José. Pesquero y blanco, entre el desierto y la mar.

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Cerro del Ave María - Molino

Cerro del Ave María. El molino, ahora encalado y sin su peculiar techumbre, que se caía a pedazos, está en restauración.

Los Genoveses

Llegando a Genoveses. Pinares, pitacos y palmitos.

Los Genoveses

Genoveses. Hacia el Sur... el desafío.

Genoveses, parada y fotos. Es lo que hay... que si la roca, que si el Morrón, que si la duna, que si "fíjate, ni una huella en la arena, que parece el fondo'l mar...", que si "con la que nos espera ahí delante, mejor cojemos impulso primero..."

Vamos, que si no nos azuzan para seguir, nos quedamos espanzurraos tomando el sol y bañándonos.

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...sus, que pereza...!

Vista al frente, marcha adelante, cuesta arriba... todo tieso en dirección a la Cala de los Amarillos. Y a tener bien presente que, en adelante, el firme solo es firme a ratos, que las piedritas te juegan unas malas pasadas de no te menees y que, en muchos rincones, lo que hay abajo no es, precisamente, blando. Por más agua que tenga.

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Antes de llegar a la de los Amarillos, una pequeña cala se abre a nuestros pies. Hay quien le echa ganas y tesón, y se aventura a bajar por la abrupta ladera -y luego a volver a subir, clarostá-. ¿El premio? Pisar la lisura, como si estrenases un trocito de tierra...

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En la roca, una pareja de gaviotas están a lo que están... el sol, y la pesca, sin dejar de observar de refilón al hatajo de piraos que se pasea.

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Mientras, desde la altura, podemos observar cómo queda a nuestra espalda un velero fondeado en Genoveses, donde pasará el día acunado por las aguas.

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Señor, señor... ¡qué mala es la envidia!

Pues que llegamos a Los Amarillos y luego a Cala Príncipe y hay gente -un par- tumbada al sol (en pelotari, clarostá). Y es que son preciosas, no hay otro nombre para decirlo mejor.











La resbaladiza ladera de donde venimos no parece cosa muy seria, vista desde aquí.



El mar, tentador, nos hace guiños chispeantes desde el azul.

El agua se ha quedado atrapada en una pequeña balsa, y refleja en su mirada transparente el acantilado que se levanta sobre la arena, y que debemos atravesar, si sí, como si no, porque para llegar aquí la única forma son piernas o flotar.





Y miras hacia el cielo, y ves el acantilado



Y te repites... "mira la que me espera, y yo con estos pelos..."



Y das un suspirito y dices... "pues no hay otra que tirar pá las piedras..."

Y al final, terminas diciendo...: "Pues bueno, si no hay otro remedio... al menos... ¡que me quiten lo bañao!"