24/4/07

La Chanca III

Rafael, "El Rana", es pastor. Pastorea cabras. Y tiene, encaramado en la loma de las Cuevas de las Palomas, un huerto chico, que se acoda en un mirador pobre frente al puerto. Un huerto árabe, del mismo estilo que los del siglo XI, aterrazado en balates que, como cuenta Maria del Mar -especialista en jardines y paisajismo- es un ejemplo chiquito del jardín de los sentidos, típicos de las Alpujarras y el Albaycín. El huerto de El Rana no se ve desde el exterior, porque gira sobre sí mismo, envolviéndose, como el laberinto de las caracolas y, como su propietario andaba fuera de su reino, a vueltas con sus cosas, no pudimos entrar. Tal vez, con suerte, tenga oportunidad en otro momento... sobre todo si tenemos en consideración que el proyecto que está sobre la mesa es convertir el huerto en jardín, un espacio verde para el barrio, donde el romero, las celestinas, la lantana, las lavandas, el tomillo y el aloe vengan a ocupar el lugar de tomates, pimientos y habas. Un jardín donde a las datileras, higueras, granados y azufaifos se unan pistachos, palmitos, algarrobos, chumberas y limoneros, naranjos y almendros amargos, pinos cipreses, hiedras y buganvillas. Un jardín de olores y colores que recorra las cuatro estaciones, ajustado a un concepto viejo en esta tierra, de aprovechamiento del bien escaso que es el agua, y de desarrollo sostenible. Un homenaje a quien ha sabido preservar un rincón verde en medio de la aridez, metáfora de la vida en este barrio.

Las fotos -y bien que lo siento- no le hacen justicia. Nos quedamos a las puertas.

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Alcanzas la cima y contemplas, a tus pies, la fortaleza y la ciudad al completo. Desde aquí se ve, en días claros, no solamente la punta de Cabo de Gata sino, bordeando en una silueta de un levísimo azul el horizonte marítimo, la costa marroquí. En esta cima, la tecnología ha plantado todas las antenas, plataformas y andamiajes habidos y por haber. Sus instalaciones, las que darán cobertura a nuestros teléfonos móviles, servicio a nuestras redes ADSL, alcance y cobertura a la radiodifusión de todo tipo, están protegidas por casetas y vallas.

Pero, esas vallas que protegen la propiedad privada y nos garantizan la modernidad, son ausencia a la hora de garantizar la seguridad. El precipicio queda abierto al fondo de una pendiente de grava deslizante, por la que cualquier chiquillo -y lo hacen- se puede resbalar. ¿Y que hay al extremo del tobogán de tierra? Pues al extremo existe una tomadura de pelo, que no merece otro calificativo. Uno la contempla, en la distancia, y piensa que pese a todo los niños están seguros, tan protegidos por una valla metálica como las infrastructuras tecnológicas. No, no crean que la luz ha vuelto borroso el tejido de alambre que debía aparecer en estas fotografías. Es que la valla no existe. Solo existen los postes de aluminio, encajados en el borde del cemento y absolutamente inoperantes. Total... aquí solo suben los chiquillos de La Chanca, y esos son de goma.

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Si La Chanca tiene una lacra que le roe las entrañas es esa lacra vieja que padecen los pobres: La incultura.

Fue antaño hambre y raquitismo; y sigue siendo aun hoy paro, marginación y droga. Pero la carencia más importante es la cultural. El absentismo escolar es brutal, los niños abandonan los estudios con una facilidad pasmosa y, así, el barrio es cantera de parados y de empleo en precario, cuna de desencantos, carentes de alternativas de ocio que les estimulen a apreciar y cuidar su entorno y su desarrollo: deportes, artes, aficiones que les aparten del escapismo por la vía de la droga, de vivir a caballo del desastre. Puentes que les permitan cruzar el barranco, más social que físico, e integrarse en la ciudad como otro barrio más, con sus particularidades, pero no menos digno por ser algo más pobre.

Pedro García López, director del Colegio del barrio, escribe en la presentación del Foro de La Chanca:

Corría el año 1969, trabajaba a la vez que estudiaba Magisterio, vivía en Barcelona entre emigrantes almerienses y de otros lugares, fui a preparar un examen a la Biblioteca del barrio, y al rellenar la ficha de inscripción, la bibliotecaria, al leer el dato "natural de Almería", me preguntó muy bajito -¿Quieres leer dos libros sobre tu tierra?-. Naturalmente dije que sí. Me los entregó y lo anotó en una hoja aparte, porque según me comentó, no podían constar en el registro oficial, ya que estaban prohibidos. Se trataba de "Campos de Níjar" y "La Chanca" [*].

La lectura de aquellos libros, en aquella época y en aquel lugar tan lejano de mi tierra, produjo en mí una sensación terrible, mezcla de dolor, de compromiso, y a la vez de esperanza. Hasta el punto que, a partir de entonces y durante mucho tiempo, soñaba con ser maestro y trabajar en ese barrio descrito tan magistralmente por Juan Goytisolo. Barrio que desconocía, ya que me había criado en un pequeño pueblo de la Sierra de los Filabres.

Este sueño de mi juventud, mucho tiempo después, se hizo realidad y aquí llevo, como los niños de La Chanca, "apegado" al barrio, dieciseis años, trabajando en aquello que siempre deseé.

Hoy el barrio ha cambiado, ha mejorado algo a como lo viera Goytisolo, gracias al esfuerzo continuado y comprometido de sus vecinos, encabezados por su incansable asociaciación "La Traiña" que, con Pepillo al frente, han sabido arrancar de las diferentes administraciones, soluciones a los muchos problemas que de todo tipo, ha venido sufriendo el barrio.


Queda mucho, muchísimo, por hacer. Pero todo pasa por la escuela, por educar, por educar, por educar, por educar, por educar... y así llegarán los cambios, porque quien conoce aquello a lo que puede aspirar si se lo propone, es más capaz de luchar por ello, tiene más herramientas, valora mejor lo que consigue y aprende a conservarlo.

Todo pasa por la escuela. El mundo abierto que hay que mostrarles, el mundo del que afirman querer ser ciudadanos está al otro lado de su calle, en la otra orilla del desarrollo. Tienen muchas cosas que aportar, y muchísimas por recibir.

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[*] Campos de Níjar (1954) y La Chanca (1962) son libros de Juan Goytisolo.


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