23/4/07

La Costa de los Piratas VIII

Pero...

... abandonemos por un momento la belleza y pongamos pie a tierra. El valle de Rodalquilar es -como la mayor parte de esta zona- de origen volcánico. Esa fue a un tiempo su gloria y su desgracia. Los yacimientos minerales, desde la más remota antigüedad, han atraído asentamientos humanos para su explotación. Rodalquilar fue uno más.

A principios del XVI, justo cuando la mar había dejado de ser puente de comunicación para pasar a ser frontera de batalla, Isabel y Fernando empezaban a organizar lo que sería la España que hoy conocemos. El mundo cristiano se enfrentaba al mundo árabe... y perdía algunos recursos que necesitaba. Entre ellos se encontraba el sulfato blanco, más conocido como "alumbre", básico para la industria textil, la papelera y las relacionadas con teñido o pintura. El alumbre se utiliza como mordiente, para fijar el color y es muy común en las zonas volcánicas debido a la acción del ácido sulfúrico sobre rocas ricas en aluminio o potasio. Los yacimientos conocidos por aquella época habían quedado en poder del moro, a excepción de tres: el de Tolfa, en Italia, en manos del Papa, y los de Mazarrón y Rodalquilar, en España.

Así las cosas, quien tuviera las minas tenía -nunca mejor dicho- un tesoro en sus manos.

Como nos recordaba ayer el profesor Gil Albarracín, la corrupción gubernamental no es un invento reciente. Vamos, que el señor Roldán y compañía (por citar el mismo ejemplo que a nosotros nos dieron) no inventó la sopa de ajo. A decir verdad, era un aprendicillo del tres al cuarto.

La noticia de la aparición de un yacimiento de alumbre en Rodalquilar alcanzó las orejas de un tal don Francisco de Vargas, uno de los más señalados en la Corte de los Reyes Católicos, tesorero y consejero real.

Don Paco (¡que cruz tiene este país con los Franciscos!) de Vargas tenía por costumbre tirar de talonario sin poner mucha atención a si era el suyo o era el de la Corona. Tanto es así que, a su muerte, les costó bastante trabajo averigüar que posesiones eran privadas o pertenecían al trono. Y de tonto, lo que se dice tonto, no tenía ni un pelo. Así que, espabiladito el mozo, en 1509 obtuvo de la Corona para sí y para sus herederos el monopolio para la explotación de todo el alumbre de la zona.

Vargas, aprovechando que tenía a mano dos cofres -el propio y el real- hizo una inversión gigantesca en el valle para conseguir que aquella explotación minera pudiera competir con la de Mazarrón y, sobre todo, con la pontificia de Tolfa. Construyó, para defender la zona, una villa fortificada para los mineros y una torre, la Torre de los Alumbres, o Torre Fuerte del Rodalquilar.

Para desgracia de don Francisco de Vargas -o mejor dicho, de sus vasallos en la zona- allá por 1520 tuvo lugar un "pequeño problemilla" que le obligó a retirar los hombres de la guarnición de la Torre de los Alumbres para dedicarlos a mejor causa, como era la de proteger su pellejo. La revuelta de los Comuneros dejó pues, la Torre de los Alumbres desguarnecida... circunstancia que aprovecharon los piratas berberiscos (que tenían sus informantes bien colocaditos en la zona) para llegar y barrer a toda la villa en una razzia que dejó la villa vacía y más de un centenar de cautivos pasando a peor vida en la otra orilla del mar.

La inseguridad y la especulación dejaron desierto Rodalquilar hasta que la Corona confiscó la propiedad de la mina, en tiempos de Felipe II. Se retomaron los trabajos allá por el 1575, tras la expulsión de los moriscos del reino de Granada y aguantaron así hasta 1590, cuando la bajada de precios en el mercado obligó a cerrar las minas.

La villa fortificada de los Alumbres aparece en mapas del s. XVI marcada como Alvi, contracción de las primeras sílabas de su nombre completo "Alumbres Viejos", siendo esta la única referencia a la misma en la historia de la Sierra de Gata, pues no pervivió nunca más allá de un cuarto de siglo.

La Torre Fuerte del Rodalquilar (que algunos llaman equivocadamente Castillo de la Batería) está en manos privadas. Manos privadas que la tienen abandonada mientras intentan -mucho nos tememos- otro más de sus malditos intercambios inmobiliarios. La Junta consiguió de los propietarios que no la siguieran utilizando como cobertizo para cabras, aunque por algún tiempo debieron temer que las cabras se manifestasen en pro al uso de un techo y una vivienda digna, porque hicieron muy poquito más. A decir verdad... ni siquiera retiraron el estiércol.

Es una fortaleza de construcción sólida (costó la friolera de 7000 ducados) que constaba de una torre de 14 metros de altura, con seis estancias repartidas en tres niveles, comunicadas por una escalera de caracol y cuyas altas ventanas disponían de enrejados de protección que han desaparecido con el tiempo. El muro bajo, exterior, estaba reforzado por torres, pero sin una guarnición adecuada no era efectivo.

Tras el cierre de las minas la torre continuó utilizándose como alojamiento para una guarnición y, hacia finales del s. XVIII se propuso dotarla de artillería, cosa que no llegó a llevarse a término -solo llegó a instalarse un pequeño cañón- Durante el reinado de Fernando VI se llegó a proponer su restauración, pero la Ordenanza del 64 la dejó obsoleta, sustituida por una batería de costa, en el Playazo.

En el s. XIX se propuso echarla abajo para aprovechar sus piedras (que se habían traído desde otro lugar del país, dado que las de la zona no eran de la calidad precisa) para restaurar la Batería de San Pedro, propuesta que finalmente se rechazó.

Hoy, la Torre Fuerte del Rodalquilar aguanta en pie, esperando ser rescatada de la desidia y la especulación inmobiliaria.








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