24/4/07

Cabo de Gata

Noviembre. Domingo. Sol. No hay mejor momento para aventurarse por las tierras de Cabo de Gata. En verano, Lorenzo es capaz de asesinarte mientras trepas a pie por las laderas ásperas, o atraviesas las dunas, o te hundes en sus calas azules. Pero ahora, en Noviembre, lo que hace es acariciarte y darte ánimos. Un empujoncito hacia la cumbre mientras intentas adivinar una senda entre las rocas y las piedras sueltas que ruedan, loma abajo, cuando las rozan los pies.

Empezamos la mañana en San José, blanco y luminoso bajo el sol otoñal, con un agua azul intenso besando el cuenco de su playa y haciendo oscilar los veleros que veremos después.

Asentado entre Cala Higuera y el Cerro de Enmedio, cruzamos el pueblo para desayunar en una tasquilla, antes de colarnos por la carretera que nos conducirá rumbo al Sur, hacia el Cerro del Avemaría y la Playa de Los Genoveses, bordeada de pinares, palmitos, pitacos y nopales, pasando junto al viejo molino (ahora en etapa de restauración) y desde donde abandonaremos la carretera para dedicarnos a trepar, como cabras, y acabar metiendo los pies en las aguas de alguna cala chica, engastada como un ágata en su corona de rocas.

San José - Cabo de Gata-Níjar
San José. Pesquero y blanco, entre el desierto y la mar.

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Cerro del Ave María - Molino

Cerro del Ave María. El molino, ahora encalado y sin su peculiar techumbre, que se caía a pedazos, está en restauración.

Los Genoveses

Llegando a Genoveses. Pinares, pitacos y palmitos.

Los Genoveses

Genoveses. Hacia el Sur... el desafío.

Genoveses, parada y fotos. Es lo que hay... que si la roca, que si el Morrón, que si la duna, que si "fíjate, ni una huella en la arena, que parece el fondo'l mar...", que si "con la que nos espera ahí delante, mejor cojemos impulso primero..."

Vamos, que si no nos azuzan para seguir, nos quedamos espanzurraos tomando el sol y bañándonos.

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...sus, que pereza...!

Vista al frente, marcha adelante, cuesta arriba... todo tieso en dirección a la Cala de los Amarillos. Y a tener bien presente que, en adelante, el firme solo es firme a ratos, que las piedritas te juegan unas malas pasadas de no te menees y que, en muchos rincones, lo que hay abajo no es, precisamente, blando. Por más agua que tenga.

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Antes de llegar a la de los Amarillos, una pequeña cala se abre a nuestros pies. Hay quien le echa ganas y tesón, y se aventura a bajar por la abrupta ladera -y luego a volver a subir, clarostá-. ¿El premio? Pisar la lisura, como si estrenases un trocito de tierra...

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En la roca, una pareja de gaviotas están a lo que están... el sol, y la pesca, sin dejar de observar de refilón al hatajo de piraos que se pasea.

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Mientras, desde la altura, podemos observar cómo queda a nuestra espalda un velero fondeado en Genoveses, donde pasará el día acunado por las aguas.

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Señor, señor... ¡qué mala es la envidia!

Pues que llegamos a Los Amarillos y luego a Cala Príncipe y hay gente -un par- tumbada al sol (en pelotari, clarostá). Y es que son preciosas, no hay otro nombre para decirlo mejor.











La resbaladiza ladera de donde venimos no parece cosa muy seria, vista desde aquí.



El mar, tentador, nos hace guiños chispeantes desde el azul.

El agua se ha quedado atrapada en una pequeña balsa, y refleja en su mirada transparente el acantilado que se levanta sobre la arena, y que debemos atravesar, si sí, como si no, porque para llegar aquí la única forma son piernas o flotar.





Y miras hacia el cielo, y ves el acantilado



Y te repites... "mira la que me espera, y yo con estos pelos..."



Y das un suspirito y dices... "pues no hay otra que tirar pá las piedras..."

Y al final, terminas diciendo...: "Pues bueno, si no hay otro remedio... al menos... ¡que me quiten lo bañao!"




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