23/4/07

La Costa de los Piratas IX

abíamos alcanzado la Torre Fuerte a pie, dejando a pocos metros el autocar vacío, al cuidado del conductor. A partir de aquí, y en vista de que no iba a ser posible alcanzar el final de la ruta proyectada haciendo escala en las torres y castillos que faltaban (se suponía que la última etapa de este recorrido la íbamos a hacer en Mesa Roldán), decidimos echarnos bolsos o mochilas a las espaldas y proseguir a pie, hasta donde la luz del día nos permitiese, siguiendo el camino de la costa, en dirección al Playazo primero, y luego hacia San Ramón, Las Negras y San Pedro, para luego dar media vuelta cuando el sol comenzase a recogerse y desandar lo andado antes de que la oscuridad nos jugase una mala pasada.

La hora de regreso a Almería estaba estipulada a las siete de la tarde, y eran las cinco. O corríamos mucho... o no ibamos a volver a la hora prevista ni de coña. Pero el personal estaba decidido a caminar y la tarde, luminosa pero fresca, acompañaba.

Así que emprendimos la marcha, primero hacia El Playazo...





y luego hacia la Batería de San Ramón:



La Batería de San Ramón se alza entre Cerrico Romero y Cala San Pedro. Fue una batería de cuatro cañones que debe su construcción a la Ordenanza del 64 y que, igual que la de San Felipe de los Escullos, debe su diseño a José Crame. Tras la guerra de la Independencia, que la dañó gravemente, fue ocupada por la Guardia Costera hasta 1875, cuando el Estado se desprendió de ella, pasando a ser propiedad privada. Tras la fortaleza de San Ramón discurre el sendero que, dejando a su espalda los muros y El Playazo de Rodalquilar, cruza a lo largo de los acantilados, desemboca en Las Negras y continua hasta San Pedro.

Rodeando la Batería de San Ramón, el camino sigue por la cresta de los acantilados en dirección a Las Negras y el Baluarte de San Pedro. Atrás quedan pequeñas calas salvajes, apenas un resquicio inaccesible salvo por mar, una costa abrupta y con una gama de colores y formas dibujadas a golpes de fuego, mar, viento y agua. En algunas zonas la ascensión se vuelve, si no complicada, sí algo fatigosa, sobre todo si la gente no está demasiado acostumbrada a trepar como cabras. Aunque el descenso puede presentar bastante más complicación que la subida.

El Playazo y San Ramón quedan atrás:



Como aprendices de Moises, este fue el punto hasta el que pudimos llegar para observar, en la distancia, la tierra prometida. Sin embargo, mientras la contemplábamos bajo el sol huidizo, Antonio nos explicó el triste destino del Baluarte y un coro de gruñidos de protesta, esa protesta que uno intuye algo inútil, pues no va acompañada de acciones correctivas, vibró al borde de las rocas, arañando el aire.



La importancia de Cala San Pedro nace de ser un refugio para las naves y de contar con el único manantial de agua potable en toda la costa del Cabo de Gata. A San Pedro se llega por mar, o a partir de tres rutas terrestres que aquí y ahora no vienen mucho a cuento.

Existen documentos que la mencionan desde la Edad Media. Ya en el s. XII, o por los cartógrafos mallorquines del XIV Abraham y Yehuda Cresques, que la denominaban Santo. Aparece también como S. Pero en un mapa dibujado antes de finales del s. XV.

Allá por 1500 había tres guardas en la cueva de San Pedro Arráez, pero todavía ninguna fortificación defensiva. Era una zona inestable e insegura, que pronto fue refugio de corsarios, que recalaban para abastecerse de agua.

Durante el reinado de Felipe II se propuso la construcción de una torre de defensa. Su coste fue de algo menos de mil ducados y el material se trajo desde Málaga. Tenía una guarnición de 12 soldados y fue asaltada a poco de construirse, una vez en 1583 y otra en el 87, recibiendo durante la segunda un bombardeo de más de hora y media, procedente de ocho buques al mando del Moro Arráez, sin que en ninguna de las ocasiones sufriera grandes daños.

Pero la torre cayó, al igual que San Felipe, la Alcazaba, la fortaleza de Santa Ana (en Roquetas) y la Torre de la Testa, en las navidades de 1658, cuando un terremoto asoló la región.

Como andaban a la cuarta pregunta -nada raro, por otra parte- la Corona decidió "regalar" el Baluarte y un Vizcondado a cambio de la reconstrucción y mantenimiento del fuerte. Pasó así a ser propiedad de Baltasar de Almansa y sus herederos, en cuyas manos permanecería durante más de un siglo. A finales del XVII se reforzó la torre añadiéndole más capacidad de artillería, cosa que le vino bastante bien, porque en el s. XVIII sufrió no menos de ocho ataques, uno de los cuales, en 1743, corrió a cargo de unos cuantos súbditos uniformados de su Muy Graciosa Majestad, que bombardearon la defensa con 60 cañones y le causaron daños de importancia en la estructura.

Durante el reinado de Carlos III se asignó al Castillo de San Pedro una guarnición de 26 hombres, lo que obligó a ampliarlo -ampliación llevada a cabo por José Crame en 1767- dándole la extensión que tiene hoy.

Se desarmó a principios del XIX, en época de la guerra de Independencia, para volver a armarse más tarde tras debatir si era más conveniente sustituirla por otra fortaleza al extremo opuesto de la bahía.

Abandonada, sobrevivió casi intacta, en parte gracias a un proyecto de restauración que reparó y sustituyó los techos perdidos. Estaba previsto instalar en ella un Centro Cultural, pero...

Siempre hay un pero. En la actualidad Cala San Pedro es dominio de los okupas, que se han instalado en ella sin encomendarse a Dios ni al Diablo, y gracias a cuyo saber estar la torre-palomar construida al otro extremo de la cueva, gemela de la original, destruyendo los nichos de cerámica para "adecuar" la decoración del espacio, se ha deteriorado hasta irse a tomar... por saco.

Cala San Pedro, con su manantial y sus aguas de un intenso turquesa es hoy, pese a estar en un Parque Natural y ser zona protegida, un terreno abandonado y el Baluarte de San Pedro se hunde en el olvido de quienes debían cuidarlo y en vez de hacerlo se rascan el fondillo de pantalones -o faldas- dejando que se arruine y se pierda.

Claro que no es cuestión de echar a la hoguera a los políticos. El Patrimonio cultural e histórico es cosa de todos, un poco responsabilidad de todos, porque es propiedad de todos. Y para valorarlo en su justa medida y no venir luego llorando sobre la leche derramada, hay que implicarse en conocerlo, documentarlo y defenderlo.

Porque de no ser así, tanto da que lo arruinen las inmobiliarias, como los okupas, o el salitre, o la mugre, o se lo lleven piedra a piedra a un Museo en Berlín. Quien no sabe apreciar lo que posee no merece, en el fondo, tenerlo.

Camino de regreso... Cuesta abajo y sin frenos...



La responsabilidad sobre cualquier dato histórico o arquitectónico mal explicado es absolutamente mía. De cualquier forma, me gustaría dejar aquí un enlace a una página sobre las Fortificaciones del Reino de Granada, de la Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona, donde podrán (podreis) leer alguna cosa más exacta y mejor documentada.

http://www.ub.es/geocrit/b3w-72.htm

Espero, de verdad, que hayais disfrutado de esta pequeña expedición al menos una pequeña parte de lo mucho que he disfrutado yo.

Los próximos castillos a recorrer esta primavera serán Fiñana, y Vélez-Blanco. A medias me gustaría hacer una incursión en la Alcazaba, aunque no sé exactamente cuando... y en Septiembre, seguiremos dando vueltas.


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