23/4/07

La Costa de los Piratas VI

Cuando llegamos a la pequeña villa de pescadores que es -pese a todo y no se sabe por cuanto tiempo más- la Isleta del Moro, sigue lloviendo aunque con menos intensidad. Del mismo modo que no nos desalienta a nosotros, tampoco desalienta a los paseantes, ni a varios grupos de buceadores, ni a las barcas, ni a las gaviotas...









Pero el caso es que llevamos un buen rato subiendo y bajando y no solo nuestras tripas, sino también nuestras vejigas, empiezan a dar voces de desesperación. Así que vamos de cabeza: unos al baño, y otros al restaurante. La excursión lleva incluida la pitanza, así que nos disponemos a hacer los honores a la gastronomía de la zona.

Cerveza en jarras, vino -decentillo- y agua a discreción. Para empezar, las habituales tapas de queso y jamón, acompañadas esta vez de caballa, jurelillos, chipirones en salsa y calamarcillos. No es que nadie desee hacerse el remolón, ni dejar comida en las bandejas, pero por si acaso, la camarera, peculiar espécimen atento, sonriente, generoso y amable, se encargaría de convencernos para que no lo hiciéramos. Apenas un amago de dejar un jurelillo abandonao despiertan sus protestas:

- Hay que comerse el de la vergüenza, que tengo prohibido llevarme los platos con comida en ellos.- Nos advierte, con una sonrisa pícara.

A continuación una paella jugosita y en su punto. Esto no es Alicante, claro está (ni tampoco la cocina de quien usted sabe, mi querida Exiliada). Pero el arroz está bueno y se come a gusto.

Empezamos a resoplar cuando, de repente, empiezan a aparecer bandejas de ensalada. Sencilla y sin abalorios: tomates, lechugas, atún, aceitunas... ya saben, lo típico. Bueno, algo de maíz lleva, lo que ocasiona alguna queja por lo bajini de un maizófobo. Pero tampoco es un drama. Y seguido de las bandejas de ensalada, aparecen las de lecha a la plancha.

La lecha es un bicho grande y musculoso, de la misma clase que palometas y jureles, que aquí pescan al curricán, con cebo de sardina y en Baleares (allí la llaman "silvia") tientan con cebo de sepia. Su carne es una delicia y en La Isleta nos la sirven fresca y muy bien preparada.

Pero, por buena que esté, nosotros estamos ya hasta las cejas de comida. Así que la mitad prescinde del postre, y algunos del café, pensando en que nos queda por delante la mitad de la excursión -solo son las tres y media- y como no vayamos poniéndonos en marcha esto nos va a dejar sesteando sin remedio dentro del autocar.

Que es lo que le ocurre a mi Paqui, que traga más que una lima nueva y en cuanto el coche se vuelve a poner en marcha, meciéndose, se queda frita como un boquerón.

Para nuestra alegría, mientras batíamos mandíbulas el tiempo ha decidido mejorar y mostrarnos la playa bajo una luz cálida y suave, con un brillo guiñando sobre las puntas de las olas y en las barcas. El cielo se ha abierto y muestra un azul tierno, fresco, recién lavado. Esto, señoras y señores, es Almería. Lorenzo nunca está ausente por muchas horas seguidas.

Las barcas, en la cala al sol



Gaviotas. Apartamentos en primera línea de acantilado.



Hora de comeeeeeeeeeeeer...



La escollera al sol




Vista al frente. Nos espera el resto de la ruta.



A la Señora Gorrión le preocupa tanto ajetreo junto a su nido de invierno. Ahí, donde ustedes la ven, tiene a su gente alojada dentro del tubo de aluminio.


La Isleta del Moro queda atrás...



Nos está esperando lo mejor del día: Rodalquilar y un paseo memorable.

No hay comentarios: