27/5/07

ALAMAR, DUO SHIRABE

Sin desmerecer otros eventos- resultó ser, la noche del viernes, uno de los mejores ratos en estas últimas semanas.

Son apenas las nueve de una noche tibia de mayo, viernes por más señas. Almería, mi ciudad, está estos días particularmente activa y algo agitada por tanta celebración junta. Apenas terminada la Feria del Caballo, en plena efervescencia electoral municipal –esta noche son las “fiestas” de cierre de campaña-, con la clausura –también esta noche- del Festival de Cortos, en el que hemos tenido como invitada muy especial a Faye Dunaway, con varios ciclos musicales abiertos, llena de bodas –Mayo es, como junio, un mes muy escogido para tales eventos- y algunas comuniones, aunque esas sean más propias de sábados o domingos por la mañana. Y además, con la primavera burbujeando en todas las venas adolescentes y menos adolescentes.

En tejanos y camiseta, cámara en ristre y sin más bolso que los bolsillos del pantalón, que se suponen suficientes para llevar un par de euros (por si acaso), un juego de pilas para la cámara y el móvil, cruzo la ciudad hasta llegar a la Iglesia de San Juan, que fuera antigua mezquita principal en los tiempos de los tiempos. Pero hoy mi destino no es la Iglesia, sino el Patio de los Naranjos que está justo enfrente, en el interior de la Delegación de Defensa y al que, por supuesto, el acceso suele estar habitualmente vedado.

Cuando llego, apenas hay nadie y la guardia de puerta –no militar, sino un servicio especial de seguridad, específico para controlar los accesos en este evento- me indica amablemente que no se puede entrar hasta las nueve y media y que recuerde que para hacerlo es imprescindible que lleve mi documentación (DNI o pasaporte). Como por ésta vez mi servicio de información y mi memoria se han comportado decentemente y voy pertrechada con la tarjetita de marras, deambulo un rato por la zona mientras cae el crepúsculo. Justo al ponerse el sol, al otro lado de la puerta entreabierta puedo ver la ceremonia (parte) de bajada de bandera, que tiene lugar diariamente al llegar esta hora. Saco alguna foto que, para variar, sale movida, mientras aguardo con paciencia que me permitan el acceso.

Arriada de bandera - Delegación de Defensa

Tras una ligera ojeada al DNI –no debo parecer muy sospechosa- me abren paso hacia el fondo, a la derecha.

El Patio de los Naranjos (nada que ver con el cordobés) es un espacio rectangular, porticado en su perímetro por columnas y arcos que las enlazan. Bajo los arcos, los muros alicatados a los que se asoman ventanas como ojos, tienen un claro aire de patio andaluz. Cuatro arcos, con sus correspondientes columnas, conforman los dos laterales más cortos, ocho los largos; de techo, el cielo intensamente azul del crepúsculo y, dominando el panorama, la Alcazaba asomada sobre el lienzo norte, y la media luna creciente, brillante esta noche como una joya blanca, sobre el lienzo sur. Frente al arco principal, un jazminero exhala un perfume intenso mientras, rodeando el patio, se alzan como guardianes una veintena de árboles que, pese a lo que uno pudiera pensar, y dado el nombre, no son naranjos, sino limoneros. Verdes, intensos, con sus pequeños frutos apretados y todavía verdes empezando a convertirse en pequeños soles amarillos.

Patio de los Naranjos - Delegación de Defensa Vista de la Alcazaba desde el Patio de los Naranjos

Poco a poco la oscuridad va ganando terreno mientras un público variopinto va llenando todas las localidades y arracimándose en la periferia, sentados bajo el porche o por los suelos.

Vale con unas cuantas sillas

Hoy actúa el Duo Shirabe. Shirabe puede traducirse por “Melodía”. La pareja está formada por Yoshie Sakai, una japonesa de aspecto menudo, sonriente y tranquilo, maestra de koto, shamishen y jiuta, que reside en Madrid desde 1981 y Horacio Curti, bonaerense (aunque ahora reside en Barcelona), alto y joven, que iniciara su carrera musical como saxofonista y es, desde 2004, maestro shihan de shakuhachi, la antiquísima flauta de bambú.

Me entusiasma poder conocer en directo una música de tierras tan lejanas. Así que intento acomodarme en la silla de tijera –atrozmente atroz- y espero que todo comience.

El programa está dividido en tres partes. En la primera, Horacio actúa solo, desarrollando tres piezas para shakuhachi. Su indumentaria es de estilo japonés, azul noche y blanca. Las luces del escenario le bañan de reflejos igualmente blancoazulados, curiosamente contrastando con el masculino yang, lleno de fuego, Horacio queda iluminado, frío y brillante como una hoja de katana.

El shakuhachi es una flauta de bambú, del cual se pueden observar las raíces en su parte inferior, mientras que en la parte superior está cortada en ángulo, formando así la embocadura. Tiene cinco agujeros –cuatro al frente y uno en la parte posterior- y al ser soplado produce una escala de cinco sonidos, que puede parecer escasa pero, combinados en una serie de técnicas especiales, permiten una gama amplísima de sonidos donde el timbre es el elemento básico. Resulta muy curioso y es difícil de comprender, aunque lamentablemente no podré mostrároslo, la manera en que Horacio consigue con un instrumento, en principio tan simple, llegar a nuestros oídos desde dos sonidos simultáneos completamente distintos. Esto se acentúa en la última de las piezas que nos ofrece en solitario: Tsuru no sugomori (Las grullas en su nido), donde el shakuhachi está sonando a un tiempo con timbre grave y agudo, como si fueran dos flautas en lugar de una sola.

Este instrumento entró en Japón desde China, y alcanzó sus características actuales allá por los s. XV y XVI, cuando un grupo de monjes komuso (budistas zen) lo agregaron a la tradicional meditación de Za Zen (zen sentado), como una práctica a la que dieron por nombre Sui Zen (zen soplado) en la que cada monje meditaba no al escuchar, sino al emitir un sonido soplado en la flauta. Era, por tanto, considerado un instrumento religioso y no musical. Más tarde, cuando los monjes desaparecieron, los sonidos fueron recuperados como música y transmitidos bajo la denominación de Honkyoku (música fundamental).

La segunda parte son tres piezas ejecutadas por Yoshi en su pequeño-no-tan-pequeño “dragón”. ¿Por qué “dragón”? Les cuento: parece ser, y así nos lo cuenta Yoshie, que los chinos comparaban el koto con un dragón, por su forma alargada, y cada parte del instrumento se denomina con la correspondiente de tal animal mitológico (cabeza, cuerno, cuerpo, patas, etc.). En la pieza que ven en la imagen, el hocico o boca del dragón sería el extremo forrado en seda roja con flores bordadas, y los puentes de marfil que tensan las cuerdas serían la cresta del lomo, por ponerles algunos ejemplos. Tal vez por eso, la luz que ilumina a Yoshie sea roja, cálida, dorada como su propia túnica. Toda fuego. Cereza roja sobre baldosas blancas... y fondo oscuro.

Koto - Arpa japonesa

El koto, o arpa japonesa, era inicialmente (antes del s. VIII) un instrumento pequeño –un metro, aproximadamente- y portátil, de cinco cuerdas, al que llamaban wagon y que no solo era considerado un instrumento musical, sino que se utilizaba como un elemento sagrado en las ceremonias religiosas. Durante el periodo Nara (s. VIII) le añadieron una sexta cuerda y, poco a poco, varias más, hasta alcanzar las trece del gakuso (inspirado en el koto chino o cheng. Según se toque, el koto varía su sonido, pudiendo parecerse a un arpa, o a una guitarra, por ejemplo.

Sakura Sakura (Flor de cerezo) en los hábiles dedos de Yoshie, deja a la audiencia boquiabierta. Es una hermosísima melodía muy popular en su país, que te hace soñar con un paisaje casi irreal. La siguiente pieza fue dedicada especialmente a la ciudad y al espacio en el que nos encontrábamos. Su título, Kojo no tsuki, (en castellano La Luna sobre el Castillo en Ruinas) la hacía muy adecuada hallándonos, tal como mencionó Yoshie, bajo la luz de la luna, al pie de un castillo amurallado, disfrutando la belleza de la noche y la música ancestral, como en tiempos lo hicieran los hoy desaparecidos samurais.



(Fragmento de Sakura)



(Fragmento de Kojo no tsuki)

Finalmente, una pieza contemporánea cerró su solo. Por lo visto la intérprete se sintió un poco “impelida” a incorporar esta pieza al programa, siguiendo un golpe de viento... perdón de inspiración momentánea. Al llegar al aeropuerto del Alquián, la había recibido uno de nuestros más insignes ciudadanos y convecinos: El Viento. Un ventarrón de esos que te zarandean, y que llevaba todo el día levantando faldas por la ciudad. Así pues, Yoshie decidió hacerle caso y tocar, esta noche Kaze ni kike (Pregunta al viento), a ver si el lebeche le daba alguna respuesta.

El concierto acabó en una pieza a duo y un bis, que el público exigió a gritos. La pieza a dúo fue Kusa no yume (El sueño de una planta), y podeis escuchar un fragmento a continuación.



(Fragmento de Kusa no yume)

*Al final de este post hay una repetición de esta pieza, conseguida por alguien que asistió, como yo, al concierto, pero tuvo más habilidad, mejor ángulo y más "metros" de grabación.

El bis... se quedó fuera de toda posibilidad de la cámara. Sigo sin saber como reducir la calidad y ampliar la duración de la tarjeta. Cinco minutos son 500 Mb que, además, no hay dios que suba al Tube.

Espero que os haya gustado como a mí me gustó. Grabarlo y hacer las fotos fue como llevaros a mi lado.

La Alcazaba, iluminada, corona el Patio


Kusa no yume (Sueño de una planta).



En YouTube, por Samimi85




Toda la información sobre los instrumentos está incluida en el programa del Festival, o fue proporcionada de primera mano por ambos artistas, si bien tanto Yoshie como Horacio tienen sus propias –y muy interesantes- páginas web, donde está todo ello muchísimo más detallado todavía, donde incluso podeis escuchar alguna de las piezas.

http://www.spainnetwork.com/yoshie/shirabe.html

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