27/5/07

UNA EXCURSIÓN LITERARIA. 1

Sábado, 19 de Mayo.

Desde hace un par de semanas tenía comprometida la mañana del sábado. Y me sentía un poco como en los viejos tiempos, cuando en el cole nos llevaban de excursión e íbamos todas con nuestro "cuaderno de campo" para tomar notas.

Supongo que saben, y si no se lo explico ahora, que en lugar de regresar a casa a mediodía para comer, dedico esas dos horas y media bien a irme a la playa y tomarme cerveza y tapas al sol que me caliente, bien a tomarme la tapa y meterme en la Biblioteca, que me pilla muy cerquita de la oficina, es lugar tranquilo, tiene calefacción en invierno, aire acondicionado en verano y libros, muchos, muchos, muchos libros.

Pues bien, la Biblioteca Pública Francisco Villaespesa, central y principal de todas las almerienses, tiene desde hace un tiempo una directora que vale su peso en oro. Porque está encariñada con "su" centro y se preocupa de ponerla en valor. Carmen Méndez -que ese es su nombre- es una mujer joven y atrevida, que sólo necesita darle nombre a un día para convertirlo en una actividad, sobre todo y ante todo dirigida a los pequeños lectores, pero también para los adultos.

El "programa especial" del sábado consistía en una visita a Almería, haciendo un esfuerzo de imaginación y tratando de verla como la vieron los aventureros viajeros de principios del XIX. La Almería "romántica", por decirlo de alguna forma. Por supuesto, esa Almería no se parecía en nada a la que iban a pisar nuestros pies pero, de cualquier modo, nos encanta jugar bajo el sol e imaginarnos convertidos en seres de otro tiempo.

Jose Domingo Lentisco Puche, velezano -al parecer, porque "apenas" lo repitió veinte o treinta veces durante el trayecto- afincado en Almería, bibliotecario de la UNED y documentalista en sus ratos libres, nos recibe en la Alcazaba, donde comenzamos la gira. Charo, monitora en la Biblioteca, es el lazo de unión administrativo. Cuando llego, la última -nomelopuedocreer- y echando el bofe, trepamos por la sinuosa rampa hasta atravesar la puerta de la Justicia y nos adentramos en los jardines, donde el gran lilo empieza a mostrar su carga de flores y las rosas están en todo su esplendor. Acomodados alrededor de la fuente octogonal, Jose Domingo empieza a contarnos lo que veía el viajero, es decir: un montón de ruinas -la rehabilitación de la Alcazaba no se emprendió hasta bien avanzada la mitad del s. XX, en tiempos de Franco-, una plaza de mercado, un incipiente Paseo -entonces conocido como Boulevard del Príncipe- y algo parecido al simulacro de un puerto, alrededor del cual se arracimaban las casitas como dados blancos.

DSCF4629-2

DSCF4628-1

En cualquier caso, Jose Domingo nos deja claro desde el primer momento que es necesario conocer quién escribe en cada caso para poder situarse correctamente. El viaje no es -ni puede ser- objetivo, puesto que lo que cuenta el viajero es siempre su propia experiencia, su punto de vista, y este varía mucho en función de su origen, del motivo por el que viaja y de sus propios prejuicios aparte, por supuesto, de las incidencias que un viaje de esas características pueda presentar.

En el periodo comprendido entre finales del XVIII y principios del XIX, Europa es una zona convulsa, donde la revolución -tanto la social como la industrial- ha puesto patas arriba todo un estilo de vida y zarandeado muchas cosas. Muchos viajeros son escritores, y otros políticos, o militares. Del mismo modo que en siglos anteriores se sintieron atraídos por Oriente, ahora siguen buscando lo éxotico y lejano y, como la lejanía no es necesariamente una cuestión de distancia, sino de desconocimiento, España les parecía de lo más exótico. Sobre todo y ante todo Andalucía, que venía a ser a sus ojos simplemente un pedazo de África implantado en el borde sur del continente europeo; aspecto este que venimos arrastrando desde entonces si bien, geográficamente hablando y en determinadas zonas, como puede ser el caso de Almería, el parecido era importante.

Rousseau, Cook, Didier, Rossmeller, Garzolini, Alarcón y muchos otros, retrataron imperfectamente el mundo que recorrían. Imperfecto, sí, pero a sus ojos absolutamente real. Charles Didier, por ejemplo, francés, en época napoleónica -no olvidemos que estamos en mil ochocientos y poco, y España acaba de enfrentarse a l'Empereur en más de un levantamiento- y recorriendo un territorio áspero y que le recibe con hostilidad, difícilmente puede escribir alabanzas del país. Para él, las mujeres son espantosas, los hombres semi-salvajes y el país, en suma, un absoluto desastre.

DSCF4631-1

Ana (¿?... estas malditas lagunas en mi memoria), campesina de la época, nos acompañó durante todo el recorrido, vestida como se puede ver con las prendas que usaba la gente de su clase, y contándonos aquí o allá las cosas de su tiempo, y de los señoritos extranjeros -y nacionales- que por allí pasaron.




De momento dejo el relato aquí, y lo iré recuperando para completarlo con más comentarios y fotos, porque fue largo y tiene mucho para contar.

No hay comentarios: