Es el título de la exposición que desde el pasado 24 de abril y hasta el próximo día de San Juan, ofrece el Museo Arqueológico de mi ciudad. Una exposición sobre juguetes y juegos.
De momento apenas le he echado un somero vistazo por encima, sin profundizar demasiado, pero es mi intención regresar y ensimismarme un rato en la contemplación de los viejos juguetes, ampliando cuantos datos me sea posible conseguir.
De cualquier forma, ya que estaba allí -había ido a recoger unas invitaciones- y que llevaba la cámara al cuello, hice algunas fotografías y me dejé arrastrar por los recuerdos. Recuerdos que, como cerezas, iban enlazándose unos con otros a medida que mis ojos recorrían las vitrinas.
Todo empezó con una cancioncilla que sonaba, en el preciso momento en que crucé el dintel, sobre una pantalla blanca que mostraba las evoluciones de unas chiquillas (que pude ser yo misma) al jugar:
Antón, Antón, Antón Perulero
cada cual, cada cual, que atienda su juego
y quién no lo atienda
pagará una prenda...
Fue como retrotraerse de golpe a la infancia. Tal vez alguno de los que lleguen a leer éstas palabras sea muy joven, pero incluso a ellos puede alcanzarles el contenido de esas hornacinas... de todo hay, incluso una "primitiva" PlayStation. Y la mayoría de nosotros, afortunadamente, hemos jugado a una u otra cosa, pues el juego forma parte esencial de la niñez y el aprendizaje.
En algún lugar (el Cesto de Cerezas) conté sobre una muñeca de porcelana que, allá en mi niñez, rompió sin pretenderlo uno de mis primos, sufriendo por ello la más cruel de mis venganzas. Era, exactamente, como esa muñeca-bebé, con su camisita y su canesú.
Esta curiosa muñeca reversible, formada por una pareja de siamesas, era un magnífico sistema de tener dos por una. Piel clara y piel oscura, la negrita -a los niños las tontunas políticamente correctas no se les ocurren solas. Si la muñeca era negra no se decía afroloquefuera ni norteafricana ni demonios en vinagre, era negrita y punto- con su pollera colorá y su camisa blanca. La blanca, con su falda colorá y su camisa roja. Ambas con su gorrito blanco y con puntillas.
El diábolo era uno de los juguetes más socorridos en tiempos de mis padres. Mi madre lo dominaba casi a ciegas, y sabía hacerlo volar bien alto.
No es, precisamente, un juego moderno pero... ¿algún chiquillo NO ha jugado con canicas?
Los niños cazaban grillos... incluso los llegaban a criar en pequeñas jaulas a tal efecto. En China, un grillo es un regalo importante y para estos diminutos cantores se han llegado a fabricar casas historiadísimas.
Del caballito de cartón, al caballo de hierro, el coche y el avión.
De los dioramas -primeros esbozos de fotografía y cine- a las consolas...
De los minúsculos autómatas, al casi infinito Meccano...
Y, siempre, siempre, abriendo ventanas a la imaginación, las historias, los cuentos, las primeras letras, los tebeos... un mundo de aventuras y de magia.
Disfruté en el Museo -siempre lo hago- y volveré, a empaparme de aquella niñez que una vez fue mía, y ahora bulle alrededor, jugando con otros juguetes que, mañana, también serán historia. A fin de cuentas los juguetes también son, como tantas otras cosas que rozan nuestras vidas, Cultura.
27/5/07
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