29/8/09

Almería, esa desconocida

De la Wikipedia:

Almería es una provincia de la comunidad autónoma de Andalucía, situada en el sureste de España. Limita con las provincias de Granada y Murcia. La capital de la provincia es la ciudad de Almería, situada en el centro de la bahía homónima.
El Gobierno y Administración de los intereses provinciales está encomendado a la Diputación Provincial de Almería.
Abarca 8.774 km². Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2008 su población era de 667.635 hab., siendo ligeramente superior el número de hombres. La densidad de población es de 76,1 hab./km², cifra sensiblemente inferior a la media española. Cuenta con una diócesis, 8 partidos judiciales y 103 municipios, entre los cuales figura Níjar, uno de los términos municipales más extensos de España con 601 km². Dispone de 6 escaños de representación parlamentaria en el Congreso, y 4 en el Senado.
El gentilicio de sus habitantes es "almeriense" o "urcitano".

Almería es, para la inmensa mayoría de la gente, una absoluta desconocida. Como mucho, y con suerte, les sonarán los nombres de Vera, Cabo de Gata, Roquetas, Aguadulce o El Ejido. Alguno, un poco más puesto en el asunto geográfico tendrá nociones de por donde, más o menos, caen Tabernas, Carboneras o Adra; y ya, en el summum, alguno sabrá de Sorbas o Macael, o incluso de Pulpí y sus lechugas, o de las Sierras de las Estancias, Filabres o Gádor.
La razón principal estriba en su emplazamiento, encerrada entre escarpadas y áridas barreras montañosas (un cordón de sierras enlazadas con picos de alturas entre dos y tres mil metros, desde La Ragua, en Sierra Nevada, al Pico de María, en la Sierra del mismo nombre) y el mar. Una costa asaltada durante siglos por oleadas de invasores: primero fenicios, luego romanos, más tarde catalanes, genoveses, castellanos y magrebíes. La dureza de la vida en la zona y su aislamento la han tenido sumida en el atraso -Almería siempre ha llegado tarde a todo- sin que, lamentablemente, hayan servido también para mantenerla a salvo de la rapiña.
Sin embargo, esta es una tierra hermosa; con la hermosura descarnada de lo insólito que aparece por casi cualquier rincón. Almería exige tiempo y cariño para conocerla, para encontrar en sus valles y sus riscos las huellas de una riqueza natural, de una belleza singular que no se limita a sus doscientos y pocos kilómetros de orilla mediterránea, de las playas y calas levantinas, a la costa volcánica del Cabo de Gata, las dunas de Punta Entinas, o los puños de roca alpujarreña que se hunden en la mar allá en Poniente.
Llegué aquí hace apenas cinco años y me quedé enganchada. Después de muchos años dando vueltas, este lugar se convirtió de golpe en mi lugar en el mundo. No sabría explicar por qué o como; solo sucedió, de tal manera que aunque mi cabeza puede recordar perfectamente donde nací, me crié o fueron apareciendo todas y cada una de mis arrugas, siempre que me preguntan me declaro almeriense, por devoción.
Sin embargo, como almeriense -igual que como cualquier otra cosa- resulto un bicho raro: me paso la vida investigando las raíces, los lugares, los porqués, empecinada como buena inmigrante, en absorber por inmersión lo que no tengo por nacimiento: de los modismos lingüísticos -el deje o los localismos- pasando por la gastronomía, a las costumbres, a los ritos, a todo aquello que le da estructura a una "tribu".
No es la primera vez que traigo historias de la ciudad, o fotografías del Cabo de Gata y la costa almeriense, de Mojácar a Roquetas. Pero Almería es más que costa blanca y pitacos, más que un plató de cine. Ando detrás de descubrir esa Almería ignorada, sus hijos, sus gestas, sus logros -grandes o pequeños- y retirar el oscuro velo que la cubre, al modo del tradicional pañolón morisco que utilizaban las mojaqueñas no hace tanto. Y ese viaje de descubrimiento me gustaría traerlo aquí, por si otros sintieran, también, un mínimo de curiosidad por conocer ese lugar perdido al Oeste del Edén.
Mañana tengo prevista mi primera excursión hacia el interior. Se trata de un pequeño pueblo incrustado en la ladera de Sierra Alhamilla, un pueblecico de origen neolítico que comenzó siendo la villa de un romano -un tal Lucanivs- del cual heredó el nombre: Lucainena de las (siete) Torres, perteneciente en época musulmana a la cora de Bayyana, hasta que en 1488 pasó a manos de los Reyes Católicos.
Ya os contaré a la vuelta.

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